Erase que se era, una princesita cuca y pizpireta. En su reino todas las clases nobles la respetaban y elogiaban. Sus gestas eran de todos conocidas. Tanto sumió a los cortesanos en un estado de veneración hipnótica, que saltándose normas y tradiciones la nombraron chambelán mayor del reino y primera en la línea sucesoria del rey. Su facilidad para sumar o restar habichuelas con berzas, la hizo famosa dentro de la carestía de sapiencia que adornaba al resto de consejeros del reino. Su particular vehemencia en las discusiones era comparable a la de cualquier mozo de cuadras de palacio.

Tenía nuestra heroína un espejito al que todas las mañanas preguntaba quién era la más lista del reino, a lo que siempre contestaba el objeto mágico que no había nadie en el reino más lista e inteligente que ella, pues a pesar de que ello no era cierto el citado espejo temía por su integridad física. Había servido con exquisita sumisión nuestro personaje al anterior inquilino de las habitaciones reales. Siempre en un segundo plano le había ayudado a cuadrar las cuentas del reino, por aquí unos barriles de cerveza por otros más de vino, acullá unos vellones ocultos en carretas de heno, terminando por la apremiante recogida de diezmos entre el campesinado. Presto el nuevo rey nombró a la princesita, de la que fue mentor, en su nuevo puesto esgrimiendo razones peregrinas a sus consejeros reales, que aceptaron sin rechistar.

Una vez instalada en su poltrona, comenzó a descubrir sus aviesas intenciones, quedando patente su desprecio por las clases más bajas en la escala social del reino. Hacía del desprecio su primera virtud hacia los siervos de la gleba, conminándoles a trabajar por escasos maravedíes de sol a sol. Presumía entre los de su clase de ningunear a los representantes de los gremios artesanos, haciendo de su capa un sayo y maquinando siempre traiciones y venganzas a los que se atrevían a replicarle o actuar de distinta manera a lo por ella planteado.

Pasado el tiempo accedió al trono cuando su mentor abdicó en ella para convertirse en supervisor de nubes del reino. Los consejeros consintieron y nombráronla reina de todas las tierras mediterráneas, dejando en sus manos cuentas, enseres y bienes. Temiendo por la brevedad de su reinado, hizo acopio de tesoros y tierras para procurarse un buen retiro, falseando números con la connivencia del consejero mayor del reino y la complicidad de su nobleza, que en su mayoría hizo lo propio, diezmando riquezas e hipotecando el reino, engañando a los recaudadores del emperador.

Pero como a todo personaje rufián de cuento que se precie, llegó un día en el que el emperador, harto de sus artimañas, retiróle su confianza despojándola de sus atributos y funciones de recaudadora y cuentista mayor del reino, relegándola al destierro sin maravedí alguno que llevarse a la faldriquera, y así fue anunciado, corre que te correrás, por el alguacil del reino, y fueron nombrados unos administradores hasta que el emperador adjudicara el reino a mejor gestor.

Moraleja: Rico y de repente, no puede ser santamente.