Huir puede ser una solución y yo he huido de Santa Pola, a los dos días de llegar para pasar una temporada en la villa. Una pegatina, del año 2002, anunciaba que La festa no molesta: es mentira por culpa las autoridades locales.

La frase pedía comprensión al público por los quebrantos que el estruendo que la pólvora origina. Las fiestas patronales de Santa Pola no molestan, pero la música que suena en las barracas infringe con su volumen las ordenanzas municipales, durante las seis primeras horas del día.

He visto, ahora, a alguien que llevaba una camiseta con otra frase: Vota Santa Pola. Miguel me gusta. En 2002 escribí en este periódico una carta a Miguel -don Miguel Zaragoza, alcalde de la localidad-, diciéndole que había perdido un amigo. Uno al que convidé y acabó enfadado, tratándome de inhumano y huyendo destrozado por no poder dormir.

Aquél artículo Miguel, amigo don Miguel, era entonces un gesto literario. Voto siempre Santa Pola, gobiernen unos u otros y muchos lo saben, pero aborrezco que otros y unos injurien al ciudadano.

Me han dicho que las fiestas han sido esplendorosas y felicito a Santa Pola, pero estoy indignado con el Ayuntamiento: soy un indignado del 8-S santapolero, por unas fiestas sin ley o peor, por ejercer la ley del embudo.

Me explicaré. Vine a la población el primer día de septiembre y sin poder dormir, huí a la Sierra de Cazorla. Tienen noticia de ello: don Miguel, la encargada de la Concejalía de Fiestas, Ana Blasco y la de Cultura, mi amiga Feli Bailador, porque les envié una tarjeta postal diciendo que allí se podía descansar y sentía que el ejercicio de sus cargos les obligara a permanecer en la población.

Se equivoca quien piensa que el ruido de la música de la barracas es un atractivo. Yo disfruto Santa Pola y convivo con lo que me tiene habituado. Esto es, en el régimen general, el ruido de la máquina limpiadora de la playa y el de la barredora automática, la manguera hidráulica y el camión que recoge las basuras -cada cosa en un tiempo que se sucede sincronizado- y de madrugada el griterío de los jovenzuelos colocados, que nos sacarán de la crisis; también, los coches con la radio a todo volumen ("las amotos" han pasado a la historia, porque la crisis es muy contradictoria). En el régimen interno y personal, el movimiento de muebles y el loro de una vecina que repite, "pito, pito, pitorrito..." y la limpieza matutina, expectorante, de las bronquiectasias de otro. Con lo último no pretendo hacer gracia, pues necesita descanso y hay también quién está gravemente enfermo, además haber ancianos para los que la noche en fiestas es un infierno.

Al parecer, administradores de varias comunidades de vecinos han interpuesto querella al Ayuntamiento y, según me dicen en el hotel Polamar, que pierde huéspedes en estas fechas, advierten, al hacer reservas, de los inconvenientes que tiene alojarse en Santa Pola esos días.

Lean despacio ahora, por favor: volví de Jaén el último día de fiestas cuando los fuegos artificiales, que fueron una maravilla, ponían un brillante final pero la estrepitosa música de una barraca, privada como otras, persistió dos noches más. Llamé a Policía Local, que graba las conversaciones, y pregunté qué me ocurriría si con un megáfono gritaba junto a la barraca que no podía dormir. Me contestaron, amablemente, que sería sancionado por alterar el orden público.

Por si alguien no me ha entendido, don Miguel, el Ayuntamiento de Santa Pola y otros vecinos inmóviles: los que patrocinan las barracas tienen permiso del Consistorio para alterar el orden público, pero yo voy a la cárcel si grito. Con crisis o no, todo se compra: incluida la injusticia.

He escrito por necesidad fisiológica. Soy médico y dormir es tan necesario como comer. El próximo año vendré pasadas las fiestas como he hecho desde 2002. Es peligroso aumentar la dosis de propafenona, que preciso para evitar las crisis de taquiarrítmia que sufro, y lo siento por usted, lector, si vive en mi querida villa.