El 12-S será otra fecha que ingresará en los anales. Los duelos Djokovic-Nadal han sucedido en intensidad a los Federer-Nadal. El común denominador es el hercúleo tenista mallorquín, que imprime una dimensión histórica a sus desafíos. Desde su fulgurante aparición, el acceso a la gloria de cualquier competidor consiste en derrotarle en los combates cuerpo a cuerpo que exige en cada encuentro. Suministra el mayor espectáculo del mundo. Si te aburres con un partido de Nadal, olvida el tenis.

El énfasis en la valoración de Nadal no debe entenderse como desdoro de Djokovic. El producto nacional serbio fue concebido como el antídoto del mallorquín, que por seis veces en lo que va de año ha sido derrotado por su propia sombra. Conforme se amontonan las finales sin premio, la inseguridad consume a Nadal en los instantes decisivos. Aunque su régimen de concentración incluye el olvido del pasado y el futuro para absorber hasta las heces el punto en disputa, al cyborg de Manacor se le cuela la humanidad por algún intersticio.

Los dos primeros sets se abrieron con un dos a cero para Nadal, que no acostumbra a recibir seis juegos seguidos en contra tal como le ocurrió en la manga inaugural. El mallorquín pilotaba la apisonadora que puso a punto en su segunda semana norteamericana, pero Djokovic no es un factor externo, arranca de las entrañas del mallorquín.

Se quebraba así la sensacional racha iniciada en el aplastamiento de Roddick por 18 juegos a seis, donde Nadal bombardeaba con tal automatismo que parecía un avión no tripulado. El norteamericano no sólo deseaba hundirse en su gorra de béisbol, también aspiraba a que le firmaran un documento que le garantizara que nunca más tendría que subirse a un cuadrilátero con el mallorquín. En cuanto a la semifinal, los titulares de la prensa británica se refugian en que Murray hubiera sido campeón en otros tiempos, cuando el tenis dormitaba a la espera del cometa Nadal.

Como de costumbre, Toni Nadal se anticipó en la percepción de la derrota ante el serbio. En cuanto su sobrino desaprovechó la oportunidad de apuntalar el primer set en tres a cero, sintió reanimarse los fantasmas de la tradición reciente a favor de Djokovic.

El campeón de Manacor había acostumbrado a la afición a jugar tres finales consecutivas del Grand Slam, pero no a perder dos de ellas frente a un jugador distinto de Federer. La calidad del espectáculo no ha menguado, y Nadal se mueve en la órbita de Lendl, Borg y Sampras. Unicamente su sombra se atreve a humillarle.