C uando concluya la crisis -si es posible hablar de un final que no implique un horizonte transformador- la hegemonía de EE UU se habrá desplazado hacia China y sus contornos. Nada nuevo en el sistema que nació con la máquina de vapor. Aunque la Primera Guerra Mundial ya había mudado el eje, la recesión de los años 30 certificó el giro del centro de poder: pasó de Gran Bretaña a EE UU. El siglo XX es el de la supremacía de EE UU, como Inglaterra lo fue desde el fin del feudalismo. En medio, el capitalismo liberal fue sustituido por el monopolista y ese espasmo ya produjo la depresión del último tercio del XIX, nutrida por los grandes avances tecnológicos, que anticipó la eclosión de una nueva era geopolítica.

La actual contracción posee en su interior un bicho que la ha ido alimentando con golosinas hasta su estallido. Simplifiquémoslo hasta la ironía: se llama internet. Su irrupción en la globalización ha condenado las producciones "locales" y deslocalizado centros de decisión productivos y económicos. Sus efectos han transformado el modelo de producción y se perciben en superficie con los temblores de la economía especulativa o la crisis de la deuda. Ya se sabe. Crisis financiera, crisis de deuda, crisis monetaria. Pero también crisis de soberanía política y crisis ética.

Los Estados Nacionales ya son meras representaciones espectrales y no ofrecen respuesta a los problemas, el euro está condenado (informe del banco UBS) porque no se ideó sobre un marco político y los pozos morales que se peciben en el pensamiento, las letras y las artes -no hay autor que no se deje vencer por alguna ramificación del irracionalismo- metabolizan la depresión global. Los intelectuales son conscientes de que el paradigma está siendo relevado, pero los Estados se muestran incapaces de frenar el seísmo económico. Le aplican calmantes -a España hace unas semanas, a Grecia siempre- pero meses después la fiera ruge de nuevo. Y bloquea las decisiones. Vuelta a comenzar.

Da la impresión de que se echa mano de fórmulas antiguas mientras el virus muta una y otra vez. Es como aplicar baños de nieve a un tuberculoso de la Montaña Mágica antes de que se inventara la penicilina. Más inversión pública y más Estado o menos ajuste del gasto público como reclaman algunos gurús de la economía: menos contención del gasto y genuflexión ante Alemania, que lleva la batuta doctrinal porque la crisis sólo la sobrevuela y porque lleva instalada en el hipotálamo las deflaciones del primer tercio del siglo XX, con Weimar y el fascismo: aún está saldando sus cuentas con Europa en forma de millones de euros.

Obama ha optado de refilón por la receta keynesiana -tampoco Bush hizo otra cosa salvando a bancos y multinacionales para evitar la caída del sistema- pero las dudas son ciclópeas. 447.000 millones de dólares para estimular la economía, con 140.000 millones en inversiones públicas (carreteras, puentes, escuelas y hospitales) y 62.000 millones en ayudas a los desempleados. EE UU tiene una tasa de paro del 9,1%. En realidad, son medidas de choque a la desesperada. Obama, en esta obra abierta, representa el crepúsculo americano. Los demócratas sirven para gestionar la depresión, como ya se vio en la crisis de los 30. De Roosevelt a Obama. Principio y fin. En Europa, la socialdemocracia fue el producto de un pacto entre el capital y el trabajo y su aplicación tras los fascismos aún perdura aunque de forma agónica. Hoy Europa está desolada, Obama navega sin rumbo (sufre del mismo mal europeo) y ese tinglado llamado Occidente está en quiebra. La fórmula Obama la puede aplicar Rajoy o Rubalcaba. Será sin garantías. El enfermo no tiene tisis sino que se está descomponiendo, y ni siquiera se ha descubierto el remedio para devolverle el color. Al menos, el mismo color originario. En España, Rubalcaba y Rajoy (ZP ya es pasado) viven pendientes de la amenaza de una intervención, que se producirá tarde o temprano.

¿Por qué sólo se habla de crisis financiera y de deuda y nadie -ni siquiera como distracción pintoresca- discute sobre la irrupción de las nuevas tecnologías encajando la nueva estructura sobre aquella ley de descenso de la tasa de ganancia media del capital y las "fuentes de valor". ¿No hay una génesis estructural en la recesión? ¿Acaso el modelo teórico está incapacitado dado que no presenta evidencias empíricas tras el proceso de acumulación capitalista que comenzó en 1945? ¿Nadie estudia la crisis como un choque de fuerzas contradictorias?

Los sismógrafos no se entretienen sobre el pensamiento marxiano, ni siquiera en sus esquinas. Se posan sobre otros ámbitos. ¿Copia Obama a Roosevelt? ¿Lo haría Rubalcaba si venciera el 20-N? Es improbable. En 1933, Roosevelt adaptó un dibujo keynesiano. Se llamó el New Deal. Incremento de la inversión pública, pactos empresarios/sindicatos, protección social, ayudas a los parados, obra pública...Había que incrementar la demanda como fuera. En cuatro años, el desempleo cayó 9 puntos y la economía creció. Pero se detuvo en 1937, La recesión dentro del estancamiento disparó el paro hasta alcanzar el 19%. Roosevelt hubo de cambiar las políticas. Y el pleno empleo sólo llegó a EE UU con la Segunda Guerra Mundial.

Los recortes del gasto público -los célebres tijeretazos- y los planes de austeridad no generan estímulos económicos. Todo lo contrario. Sólo frenan las reclamaciones de los mercados y son un refugio contra la tempestad. Sin embargo, puestos a animar la actividad económica, ¿cómo hacerlo si la caja está vacía y tanto la deuda de los Estados como la privada se erigen sobre magnitudes colosales? Más aún. ¿Se puede aumentar la inversión pública (Obama) frente a la contención del gasto (Europa) cuando cada euro que entrega el Estado a la inversión pública o al desempleo, el ciudadano lo invierte comprando productos chinos? La paradoja es total: las políticas neokeynesianas acaban engordando al Estado competidor. No será un caso para esquematizarlo, pero da que pensar.