Una boda me llevó unos días a Santander, concretamente al pequeño pueblo de Escalante, próximo a Santoña y Laredo. Curiosamente este municipio lleva el nombre de Eduardo Escalante, un sainetero valenciano de finales del XIX, hijo de inmigrantes castellanos, que escribió en valenciano casi cincuenta obras, algunas de bastante calidad.. Y aproveché para darme una vuelta por Bilbao, la nueva, la gran Bilbao tan distinta a como la conocí hace unos cuantos años: el museo Guggenheim ha hecho el milagro de cambiar radicalmente la imagen de esta ciudad industrial y oscura antes, para mostrar una ría limpia, rodeada de modernos edificios, y cuyo estado actual se debe también al Palacio Euskalduna, lamante centro de congresos y de música, con capacidad para 2.400 personas en su sala grande, y con una envidiable programación sinfónica. La cultura y el arte han sido los motores de desarrollo y atracción turística de una ciudad antaño netamente industrial. Pero volvamos a Santander, donde el cálido recibimiento de mis amigos Canche y Gloria Garnica contribuyó a que descubriera en profundidad estos parajes; como todo el Norte sus paisajes son de una belleza impresionante, con la diversidad estética que ofrece el mar y la montaña a pocos kilómetros de distancia, y con una gastronomía tentadora, también como en todo el Norte. Observé en Bilbao cierto despego o distancia hacia Cantabria, a la que siguen considerando una provincia castellana (recuerden la antigua composición provincial de Castilla la Vieja) y ajena a la idiosincrasia del vecino pueblo vasco; la elección de la capital por el rey Alfonso XIII como ciudad de veraneo en el Palacio de la Magdalena aumentó el distanciamiento con los vascos. Pero los cántabros viven su vida (de bastante nivel, por cierto) ajenos a la actitud de sus vecinos, a los que visitan con poca frecuencia salvo para hacer compras en Ikea, a la entrada de Bilbao. Santander es, además, la sede del festival más antiguo y completo de España, con origen en las manifestaciones artísticas de la Plaza Porticada desde el año 1952, trasladadas más tarde al Palacio de Festivales de Cantabria, obra del arquitecto Sainz de Oiza, que provocó tremendas críticas en su inauguración (1990) por su audacia arquitectónica, pero también por su dificultosa funcionalidad para los colectivos artísticos que lo visitan durante todo el año. Bilbao y Santander, dos ciudades que, con la también vecina Oviedo, forman un trío de ases del arte y la cultura del Norte español. Y aquí vienen las odiosas comparaciones: de Alicante no puede decirse que viva de espaldas a la cultura; quizás con mayor humildad, pero existe una vida cultural que sin duda se verá incrementada cuando arranque definitivamente el Auditorio Provincial de Campoamor. Pero la sombra amenazadora de la desaparición de la Obra Social y Cultural de Caja Mediterráneo, con el Aula de Cultura a la cabeza, verdadero vivero de ideas desde los tiempos de la predemocracia, es algo que debe preocuparnos a todos los que, en mayor o menor medida, contribuimos durante años a que el Aula fuera un foco cultural de alto nivel, reconocido en toda España. Y por consiguiente la preocupación debiera hacerse extensiva a los millones de beneficiarios de la actividad cultural durante muchos años. El cambio de titularidad de la emblemática entidad de ahorro no debería en absoluto conllevar la desaparición de tan importante y reconocida labor cultural. Los alicantinos no podemos ni debemos permitirlo, y nos lanzaremos a la calle las veces que sean necesarias. Mirémonos en el espejo del Norte, guardián de tradiciones, porque el Norte también existe.

La perla. "Toda cuestión tiene dos puntos de vista: el equivocado y el nuestro" (Les Luthiers)