L a estatua de un recio vikingo con el sable dispuesto custodiaba antaño las aguas del océano Atlántico para avisar a sus ciudadanos en caso de vislumbrar naves en son de guerra. Hoy no son las aguas las que pareciera presidir la figura de este guerrero. Hoy es el Banco Central Islandés la visión real que tiene a sus pies, un edificio oscuro, negro, metalizado, blindado discordante de cualquier imagen de naturaleza escandinava. Aquél que quebró en 2008. Hoy los islandeses están contentos con haber desoído las macabras y funestas voces de los bancos holandeses e ingleses mezcladas con los mercados financieros. Juzgan a su expresidente socialdemócrata Geird Haarde por negligencia en la crisis brutal en la que se sumió Islandia. Dos años de cárcel le caerá de condena si el tribunal le considera culpable. Mientras tanto un tribunal popular elegido por el pueblo va confeccionando una Constitución a través de internet, se debate y se traslada a la primera ministra para editar la primera Constitución genuina, ya que antes del descalabro se regían por la de Dinamarca. Mucha faena le ha tocado al pueblo islandés acometer desde su revolución en 2009.

El lema para volver a levantar cabeza a largo plazo tras la ruina fue: Quebrándose para recuperarse. Mandaron al garete a las agencias de calificación de los propios bancos, a las indemnizaciones sobre fondos de inversión suscritos por ahorradores holandeses e ingleses y lo único que les quedó fue el dolor de amarrarse bien los machos, devaluar la moneda, reorganizar la banca, nacionalizarla, bajar los sueldos y por consulta popular hacer dimitir al exprimer ministro para convocar nuevas elecciones donde ganó por mayoría absoluta una coalición de izquierda-verde-socialista. Lo que distingue a Islandia del resto de la Unión Europea es que no pertenecían a ella y su moneda sigue siendo la corona. No existía pacto del euro, pues, y al paso que van, una gran mayoría no desea entrar en esta Comunidad donde ya no hay alma y donde se ha actuado justo al revés con unos resultados nefastos para la economía, que ni crece ni crea trabajo. Pero la democracia no consiste solo en cifras y números, es también la clase política que ha de responder con sensibilidad al pueblo que les votó y creyó en ellos. Y la clase política en España o en Portugal les han dado la puñalada trapera y la puntilla de remate. Vamos, lo mismito que en Islandia. El presidente Olafur Ragnar, considerado antaño como una figura decorativa, se ha negado a firmar dos veces el papel que ate al pueblo islandés a devolver la deuda contraída con Inglaterra y Holanda, por ser una deuda ilegítima y considerar a la gente sobre los bancos, incluso llegó a afirmar que había una falta de honestidad en los políticos de la Europa Común por fiarse de más de los errores de los bancos que de lo que revindicaban los ciudadanos hundidos. "Los errores de los bancos han de pagarlo los bancos", afirma, "no se puede dejar a los ciudadanos tirados como a una colilla".

¿Será el temple escandinavo? ¿Que están más aislados? ¿Será que les importa la educación? ¿Que saben utilizar sus recursos naturales? ¿Creen en el recto proceder? ¿Que no están tan rodeados de tanto asesor, coche, lujo...? Mi impresión es que han hecho una cura de humildad entre los habitantes y los gobernantes para salir del agujero.