Quien no sabe adónde va, dice el refrán, no llegará a ninguna parte. Esto se le puede aplicar a la Unión Europea, pero no a sus dirigentes, torpes o malvados, porque que no hacen más que achicharrar de medidas a sus administrados sin que se obtenga efecto alguno en la voracidad de los mercados. La aprobación en el Congreso de la reforma de la Constitución no ha calmado la inmoralidad de los mercados. La Bolsa ha llegado a niveles de la tercera mayor caída del año, y la prima de riesgo sigue subiendo por encima de los trescientos puntos. Los datos confirman que septiembre puede superar a agosto en inestabilidad, aunque siempre cabe preguntarse si, sin la reforma constitucional, la situación no sería peor. En cualquier caso, el pánico afecta a toda la Unión Europa que no sabe -o no quiere- embridar democráticamente a la especulación salvaje que amenaza con llevarse por delante a la economía real de todos en beneficio de unos pocos.

Especular sobre las causas reales no debería ser un esfuerzo inútil pues todo arranca del axioma que predica lograr los máximos beneficios posibles a costa de todo y de todos. La austeridad salvaje propuesta no viene acompañada con un equilibrio tributario que provenga de las rentas más altas -las muy altas- para mantener los pilares del Estado del Bienestar, es decir, Educación, Sanidad y Pensiones. Endeudarse responsablemente y captar nuevos recursos fiscales para equilibrar la necesaria austeridad en el gasto no tiene nada que ver con limitar partidas claves que afectan a la dignidad humana; que bastante trauma resultan las cifras de paro y jóvenes sin poder acceder a una vivienda, como para que ahora nos impongan restricciones a la educación o a las prestaciones sanitarias.

Lo gordo es que después de la que están montando -mejor dicho: desmontando-, la austeridad salvaje practicada hasta ahora no resuelve los problemas de fondo porque ahoga el crecimiento y sin estímulos no hay actividad ni empleo ni consumo. También en la UE se empiezan a oír voces cuestionando la austeridad a toda costa. Pero, ¿no sería más fácil regular a los dichosos mercados en sus afanes de codicia desmedida, en lugar de regularnos a todos los demás? ¿No es hora de revisar el modelo neoliberal a favor de otra apuesta de gobierno económico más solidario y eficaz sin que esto pueda ser tachado de locura o de rojerío delirante?