"Hagamos de la educación nuestra llave de salida,

nuestra mejor industria y no nuestro ahorro.

Porque ahorrar en educación es una hipoteca

por la que pagaremos impagables intereses"

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, no va a ser menos. Está a la última tendencia, a la que obligan estos tiempos de crisis, ya saben, coletilla pregonada hasta la saciedad por la cúpula política de turno. Porque hay que apuntarse al movimiento. Pero, cuidado con confundirse, no al 15-M, sino al movimiento "austero", que ya se habrán enterado -¡quién no!- es lo último, junto a la crisis crónica como respuesta a cualquier tijeretazo limpio en el presupuesto. Una corriente que se extiende como la pólvora y que ya ha encendido la mecha con celeridad en esa parcela excesiva, inútil y gravosa -y no sigo adjetivando porque se me acaba el espacio, que todo hay que decirlo- como es la educación en nuestro país. Sí, han leído bien, no es una errata, he escrito educación. No sé cómo esta medida brillante no se ha aplicado antes, si más claro, agua: Para remar contra la marejada de la crisis, exprimamos a la educación -pública, eso sí, como se ha encargado de recalcar la señora Aguirre- que nos sobra.

Madrid, Galicia, Castilla-La Mancha y Navarra tienen previsto aumentar las horas lectivas -de 18 a 20 en el caso de la comunidad madrileña- de los profesores. El objetivo, el de siempre, ahorrar millones. O lo que es lo mismo, si traducimos simultáneamente; miles de profesores interinos al paro con el agravante de que la calidad de la enseñanza se resiente -mismo profesor, con más grupos, menos atención para los niños con dificultades, entre otras-. La respuesta de Aguirre a la huelga prevista contra la medida no ha podido ser más populista: "Veinte horas son, en general, menos de lo que trabajan los madrileños". Aguirre ya no trata de justificar la medida con alguna que otra argucia económica y habilidad de palabra, sino que directamente lanza a los profesores contra la opinión pública, escudándose en que poseen un horario laboral inferior al de la media. Vamos que, o yo no lo he entendido bien, o de las palabras de la señora Aguirre se desprende que los profesores trabajan poco y, para más inri, se quejan. Un sacrilegio en tiempos de crisis.

Sin embargo, se ha de hablar con propiedad, no jugar con datos sueltos. Con la verdad por delante. Los docentes tienen, de forma obligatoria, que cubrir un horario de 25 horas semanales en el centro. Las horas a las que se refiere Aguirre son lectivas, por lo tanto, hemos de sumar las guardias, reuniones, claustros, atención a padres y demás asuntos que han de atender, sin incluir el trabajo fuera del centro -la estimación que se tiene es de 37, 5 horas de dedicación global-. Las clases, el temario y los exámenes no se preparan solos como es obvio. Es como si solamente se contabilizaran las horas en las que la señora Aguirre se encarga de inaugurar y dar mítines. Es decir, de una parte de su trabajo. Porque, puestos a hacer demagogia, su salario seguro que no es comparable en relación horas trabajadas-remuneración con el de cualquier trabajador madrileño. No estaría mal que se incrementara las horas de trabajo, borrando así a los múltiples cargos de confianza que pululan por las administraciones públicas. Doble ahorro. Pero, eso, ya es harina de otro costal.

No podemos olvidar que los docentes son uno de los motores impulsores más importantes del sistema educativo, que siembra y recoge frutos en todas las profesiones. ¿Cuántas veces no habremos oído comentar que una asignatura se hace agradable e interesante por la forma en la que el profesor la imparte? No caigamos en la trampa. No se trata de un debate sobre el horario laboral de los profesores, sino de calidad en la enseñanza. Si se quiere cargar a los docentes con más cursos, no duden que enfrente habrá un profesor quemado, con treinta alumnos más y sin la preparación y atención que merece cada uno de ellos. Hagamos de la educación nuestra llave de salida, nuestra mejor industria y no nuestro ahorro. Porque ahorrar en educación es una hipoteca por la que pagaremos impagables intereses. Esperanza, pero educativa.