Dos de los consejeros de la Cam dejados de lado se han explayado. El primero de ellos, José Rovira, un empresario de bingos en Valencia que, al parecer, era de los pocos por no decir el único que metía el dedo en el ojo durante las reuniones por lo que, con todo el derecho del mundo, ha sentenciado ahora que los directivos les engañaron y ha advertido que "el Banco de España regalará la caja a un amigo". El que también se ha despachado a gusto ha sido Martín Sevilla, después de que la prudencia -dejémoslo ahí- marcara su actitud durante los ejercicios en los que debió pedir cuentas. Él también mira hacia los administradores actuales y hoy sí que pregunta públicamente qué están haciendo los hombres de Mafo para poner en valor el Banco Cam, camino de la subasta. Igualmente se queja del goteo constante de filtraciones a la prensa. De eso, gracias a Dios, siempre ha habido, Martín, con la diferencia de fondo de que, antes, buena parte de ellas giraban en torno a las vicisitudes de zaplanistas, lermistas, campistas, valenzuelistas...interesadísimos todos en alcanzar cuanta más cuota de poder mejor a fin de mantener la caja en las mejores condiciones posibles como salta a vista. Insisto en esa proverbial prudencia extensible, por cierto, a Roberto López quien, en una entrevista de 2008 a la que hice referencia días atrás, lanzaba flores al papel del Banco de España a pesar de que sotto voce no se tenía la misma opinión en la esfera ejecutiva: "Hemos practicado una política muy conservadora en gestión de riesgos", aseguraba el entonces director general. "Y hemos seguido esos criterios porque el Banco de España orienta de manera muy clara hacia ese tipo de cosas". En cambio, Gerardo Camps sufrió de incontinencia al anunciar tan ricamente en noviembre de 2009 que la Cam entraría en pérdidas al año siguiente y, aunque con algo de retraso, lo ha conseguido. Decir que la mayoría ha desplegado un gran papel a lo largo del proceso sería quedarse corto. Resulta mucho más apropiado hablar de papelón.