Como era de suponer, cada día se van desprendiendo nuevas astillas del árbol caído, me refiero a la CAM. Parece que ahora toca el desfile exculpatorio de algunos de los miembros del Consejo de Administración. Resulta que todos pasaban por allí.

No seré yo quien eche más leña al fuego, bastante tienen los protagonistas con rendir cuentas ante el Banco de España, la justicia, o ante sí mismos como personas y dentro de su trayectoria profesional. Por eso me voy a detener sólo en los aspectos técnicos que han llevado a la CAM a su disolución, en los que discrepo respetuosamente con el señor Martín Sevilla, consejero de la entidad en estos últimos años, a propósito de su artículo La soledad de la CAM, publicado el pasado viernes, 2 de septiembre, en este mismo periódico.

Para ser sincero me esperaba mucho más de un alegato firmado por uno de los miembros del Consejo de la CAM, catedrático de Economía Aplicada. En su condición de tal, me esperaba un diagnóstico más próximo y certero de los motivos que han llevado a la extinta Caja a tan delicada situación financiera. Motivos que se han expresado en numerosos artículos en toda la prensa nacional, tanto en la generalista como en la económica, pero que vistos desde dentro podrían haber alumbrado nuevas claves. Motivos que no se mencionan o se aclaran en el artículo de Martín Sevilla, será porque desde fuera se analizan de forma diferente los ratios contables y se carece de la información privilegiada de los consejos de administración.

Se lamenta el profesor Martín Sevilla del año perdido en la búsqueda de alternativas, una vez que desde mayo de 2010, con la entrada en el SIP, las decisiones de los consejeros se tomaban siguiendo instrucciones del Banco Base, como si el déficit estructural profundo que ya arrojaba la cuenta de resultados de la Caja, hubiera permitido mayor margen de actuación/negociación. Cuando hace tiempo que sabemos que los posibles bancos interesados en estudiar la adquisición de la CAM, solicitaron en marzo, y antes, del Banco de España un Esquema de Protección de Activos (EPA), como seguro de futuras pérdidas de su cartera crediticia y de una presumible valoración a la baja de sus activos, inmobiliarios y de las empresas participadas.

No se puede decir que el problema de la CAM fue quedarse sola en la reordenación de las cajas, y menos aún, con los números en la mano, que "su situación no era muy distinta de las otras". Por ser distinta su falta de solvencia -esa fue directamente una de las razones- se rompió el proyecto con el Banco Base. Proporcionalmente a su "core capital", ninguna tenía una morosidad tan elevada (8,7%, según datos publicados en abril), ni tan alta exposición a la promoción inmobiliaria -más de un 21% de su cartera crediticia-. Sin hablar del fiasco generalizado de sus empresas participadas -creo recordar que sólo una se salvaba de los números rojos, de acuerdo con las últimas cuentas publicadas-. No se trata en el artículo de cuestiones clave, en mi opinión, como el sometimiento continuado de decisiones de carácter económico al poder político, de las servidumbres crediticias con el Consell, de la acumulación de malas prácticas bancarias, de la laxitud en la concesión de créditos a promotores, de las aventuras fallidas en el terreno inmobiliario o de los abusos manifiestos en la concesión de créditos a interés cero, viajes, prejubilaciones de directivos y un largo etcétera.

En fin, ahora de poco valen las lamentaciones de unos o de otros, de echarse las culpas entre ellos -consejeros y ejecutivos-, o al Banco de España, o a los malvados astures. Lo cierto es que la Comunidad Valenciana ha desaparecido del mapa financiero español y que, posiblemente, se ha quebrado la acción de la Obra Social que durante un tiempo, al menos, fue un buen referente de animación cultural y creador de capital social en la provincia. La CAM y Bancaja han sido vendidas por estos mentores por un plato de lentejas a unos políticos irresponsables, borrachos de mayorías absolutas, egocéntricos y redentores de un valencianismo caduco y falso que muchos se han tragado.

Los resultados de esta década prodigiosa no tienen contestación estadística ni parangón posible, colocan a nuestra Comunidad, dentro del país, en los peores lugares de cualquier ranking de crecimiento y variables socio-económicas (deuda pública, déficit, impagos, etcétera), educación (fracaso escolar, etcétera), desempleo, sanidad (dependencia, etcétera), corrupción... que podamos imaginar.