Conforme a lo previsto en el artículo 179 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, ha comenzado el año judicial, periodo ordinario de actividad de los tribunales, que se extenderá desde el 1 de septiembre, o el siguiente día hábil, hasta el 31 de julio de cada año natural. Al inicio del año judicial se celebrará un acto solemne en el Tribunal Supremo, en donde el presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo presentará en dicho acto la memoria anual sobre el estado, funcionamiento y actividades de los juzgados y tribunales de justicia. El fiscal general del Estado leerá también en este acto la memoria anual sobre su actividad, la evolución de la criminalidad, la prevención del delito y las reformas convenientes para una mayor eficacia de la justicia. Pues bien, sobre la base de este acto, pude ver una representación en Madrid: La fiesta de los jueces. Una versión de El cántaro roto, obra del dramaturgo alemán Heinrich Von Kleist, adaptada por Ernesto Caballero, muy entretenida y divertida. La crítica al sistema judicial de hace 200 años del pueblo alemán, se traslada a nuestra España, en donde pese al tiempo transcurrido, parece que el sentimiento sobre la Justicia sigue siendo el mismo: desconfianza. En mi opinión, hoy tenemos más razones para creer en la forma en que se imparte justicia por nuestros tribunales y juzgados. Es decir, creo que tenemos unos jueces acordes al nivel de nuestra sociedad. Médicos, albañiles, ingenieros, fontaneros, periodistas, futbolistas, sacerdotes, policías, abogados, etcétera, ética y profesionalmente, todos están preparados y dan lo mejor dentro de una sociedad competitiva. Nada hace pensar salvo prueba en contra, de que la preparación y moral de todos estos, sea distinta, salvo en lo que a la profesión se refiere. Caso a caso podremos encontrar la excepción a la regla general, como en todas las profesiones abundan buenos, regulares y malos profesionales, y asimismo, también existen buenas, regulares y malas personas. Creo firmemente, que hoy nuestros jueces pueden desempeñar sus tareas con más objetividad y con menos presiones desde el poder que en tiempos pasados, y por ello creo en nuestro sistema actual.

Por otro lado, es curioso cómo en la obra de teatro, el juez Adán, como un hombre más ante el temor de ser acusado y condenado de haber roto el cántaro (honra de una doncella) aprovechará su poder para tratar de eludir su responsabilidad. No dudará en apartarse de las leyes y procedimientos que juró seguir, actuando arbitrariamente y pasando por encima de la ley y de quien sea para no ser castigado. Como el inspector del Consejo del Poder Judicial, que a lo largo de la obra tratará de hallar la verdad, una vez que la encuentra a través de la joven doncella, le pedirá a esta que calle, que es mejor que todo siga igual. Todo un paripé genial entre personas poderosas para tapar la verdad.

Yo, abogado, observo la función, disfruto con las ocurrencias y peripecias que se suceden en la función. Es significativo el breve consenso al que llegan los jueces sobre el texto del brindis por el cierre del año judicial, "los jueces brindamos por el año que...". Más de un juez, asiduo colaborador de este periódico, ha ilustrado sobre la conveniencia de la coordinación de medios, sobre la puesta en común de los conocimientos y dirección de equipos en pro de la consecución de objetivos, que en la práctica tanto cuesta conseguir. Tarea ardua que no imposible, y los equipos cada vez estarán mejor coordinados, sin duda. Pero oiga, acuérdense ustedes del abogado, ese al que los ciudadanos tienen derecho para su defensa.

En su discurso del año judicial seguro que se acuerdan de nosotros. No obstante, al final, quedamos todos a merced de los políticos, nuestros representantes serán quienes deberán decidir si dotan o no de medios a la Administración de Justicia, decidiendo también si retribuyen en tiempo y forma a los letrados del turno de oficio, u optan por la privatización del servicio. El abogado brinda por el año queÉVirgencita, que me quede como estoy.