Impactante. Los ricos contra sí mismos. O, al menos, algunos. En Alemania muchos ricos -cincuenta-. En USA los más ricos -Soros y Buffett-. En Francia lo más de los ricos -L'Oreal, Danone, Peugeot-. Un órdago así suscita algunas reflexiones más allá de la añoranza de algún ricachón español en la nómina.

La primera: ¿tan mal está la cosa?

La segunda: los ricos también se conmueven. Son ricos pero tienen buen corazón.

La tercera: son listos. Más aún, son pillos.

La peor: tienen miedo. No quieren que cuando las cosas se empeoren las iras se vuelvan contra ellos.

La verdad es que, para ser correctos en el reparto de responsabilidades de esta crisis, cabría hilar fino en la anatomía del capital. Cabría distinguir entre capital financiero y capital industrial. Los primeros crearon la crisis, los segundos la sufren. La sufren como cualquier hijo de vecino. Es curioso, la crisis se ha producido como consecuencia de un descomunal empacho de ganar dinero a espuertas. Sobre todo, con el boom inmobiliario y su titulización en activos financieros. Sin embargo, uno se pone a buscar y ni por asomo encuentra dónde está el dinero ganado. El personal de a pie no tiene un euro, debe a todo el que tose y, encima, tiene que soportar que le acusen de no consumir. No conozco a un solo promotor inmobiliario que no esté en proceso concursal y pasando la mano por la pared, con perdón. Los bancos están en ruinas y la sociedad tiene que salir en su ayuda prestándoles dinero cuando se supone que debiera ser al revés. Los gobiernos están en bancarrota a la espera de que heroínas como Cospedal los rescaten. ¿Dónde está entonces tanto dinero ganado? ¿Dónde está la pasta? ¿Quién se la ha quedado?

El caso de Buffet y Soros es una pista a seguir. Dos tipos simpáticos. Sin duda, la cara amable de los terribles mercados. Quizás, lo único respetable que se pueda encontrar en ese tenebroso y críptico sector. Prototipos indiscutidos del buen ladrón. El primero es un prodigio de sensatez y pulsión socialdemócrata en sus consejas y recetas al acorralado Obama. El segundo un admirable filántropo de cuyas aportaciones altruistas al desarrollo de los sufridos países del este de Europa, de donde procede, se cuenta y no se para. Eso cuando no se dedican a esquilmar las magras finanzas de los perplejos estados que se muestran incapaces de detectar por dónde les vendrán los obuses demoledores de tan razonables plutócratas, el fondo Berkshire Hathaway en el caso del primero y Quantum Fund en el caso del segundo. Son una suerte de doctor Jeckyll y mister Hyde. Por la noche se dedican a socorrer a la humanidad a la que arruinan durante el día. Dicen que Buffet vive en un apartamento de cien metros y va al trabajo en bici para predicar el ahorro con el ejemplo. Qué quieren que les diga, prefería a aquellos opulentos ricachones displicentes, ostentosos, con puro de a metro y trato desdeñoso. Sabíamos mejor a lo que nos enfrentábamos y, además, dedicaban su tiempo a gastar su dinero y no a impedir que los demás nos gastemos el nuestro.

Extraño mundo éste que hemos creado. Hubo un tiempo en que había capital y trabajo. Empresas y trabajadores. El dinero era entonces un instrumento de intercambio. Hoy, sin embargo, el dinero ha crecido de manera monstruosa y fuera de cualquier alcance. Hasta el punto de dibujar las condiciones para una alianza razonable entre el capital y el trabajo, otrora antagonistas irreconciliables. Una constatación de que hay mucho más en común entre ellos que con los llamados mercados. Porque son reales, mientras el dinero es irreal. Porque operan en un marco territorial mientras el dinero lo hace en un marco universal. Porque son controlables mientras el dinero ha devenido incontrolable.

Ahí está todo el dinero que se ganó. En el dinero. Y en su zulo más seguro, los mercados.

Definitivamente, el generoso ofrecimiento de los ricos es, ante todo, un SOS. Una llamada de socorro a quien tenga la capacidad de frenar a esa hidra desbocada.

¿Recuerdan aquello de que de esta crisis se saldría refundando el capitalismo? A ver si, finalmente, hay que reivindicarlo.