Continuamente se hacen referencias a la existencia de una envidia sana. Espero que sea de este tipo la que yo siento ya que esto me situaría en un estado de salud espectacular de tanta como voy acumulando cuando leo, una y otra vez -se ve que ahora estamos en racha-, las numerosas referencias a los esfuerzos que se están haciendo para conseguir que un ferrocarril pase por un determinado territorio.

La conexión ferroviaria entre Algeciras y Francia, es trascendental para el desarrollo futuro de los lugares por los que pasará. Así lo entienden los órganos de gobierno de las zonas por las que podrían discurrir ciertos trayectos espoleados por empresarios y demás esferas de poder de esos espacios y, la verdad, es ejemplar la forma en que se están fajando para arrimar el ascua a cada sardina.

El trazado por el interior, es decir el más alejado del Mediterráneo, ha golpeado por sorpresa y ha dado un tirón (¡qué susto!) impulsado por las nada despreciables instituciones castellano-manchegas y las siempre temibles teorías más centralizantes de España. Ya se sabe, las que siempre sostienen que el poder cuanto más radial mejor y si hay que conectar África con Europa lógicamente el trazado debe pasar por Madrid. Nada se tiene que escapar por otras vías.

Y el arco mediterráneo, esa bonita idea social, económica y cultural tan europea, ¿dónde queda? Mira que si después de tanto teorizar sobre su trascendencia no se obtuviera el impulso esperado del ferrocarril para consolidar y armar el soñado proyecto. ¡Vaya chasco! Ah, no. Eso sí que no. No nos vamos a entregar sin pelear por nuestros ideales y, como era de esperar, se ha producido la correspondiente reacción para recuperar el terreno perdido y ponernos de nuevo a la cabeza. Bueno, y si no se puede conseguir la victoria, ganemos al menos una batalla luchando por que haya dos trazados: uno para ellos, los del interior; y otro para nosotros, los del Mediterráneo. Si los dos son compatibles. ¿Qué digo, compatibles? Incluso son convenientes. (Qué alarde de fe en la victoria. Ya se sabe: si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él). Y, también los seguidores de este proyecto, las fuerzas vivas y las institucionales, con la Generalitat a la cabeza -como Dios manda-, se han enfrascado en una lucha sin cuartel, a cara de perro, con uñas y dientes (eso sí, sin mosquear demasiado a los poderosos centralizadores) para que, cuando sea posible, nuestro recorrido dé sentido a aquella ensoñación del Arco Mediterráneo. De todas maneras no hay prisa, como no hay dinero para nada vamos a tener tiempo para desarrollar nuestras estrategias.

¡Qué envidia! Todos a una. Bueno, en realidad debería decir todos a dos porque dos son los trazados en lucha. Pero, repito, cuánta salud voy acumulando al sentir tan sana envidia viendo la movilización y los argumentarios que los contendientes manejan para justificar las necesidades territoriales de su proyecto. Qué diferencia con la indolente postura de los que deberían reivindicar la llegada del AVE hasta Benidorm que tras la elaboración de unos estudios que justificaban dicha actuación, ni las instituciones públicas ni el empresariado han dado dentellada alguna y han dejado bien a salvo las yugulares de las esferas de poder que pueden decidir esta cuestión. Ejemplar ha sido, pues, la reacción para defender que el corredor del Mediterráneo salga adelante, pero, ¿se han dado cuenta?, este trazado costero se alejará de la costa y no transcurrirá por las Marinas, saltándose de Alicante a Valencia toda aproximación al mar.

"A quién le pique que se rasque", reza el viejo aforismo, y tengo que reconocer su ambivalencia porque doble interpretación es la que encierra: por un lado incita a la acción a los que se pican y por el otro invita a la pasividad a los que no se sienten picados. Pues eso es lo que está ocurriendo: unos, picados, se levantan y ejercen presión para conseguir llevar el agua a su molino, mientras otros, sin picores, ni ésta ni ninguna otra vez gastarán la más mínima energía para defender sus intereses. No nos pica, luego no nos rascamos.

No vayan a pensar por la aparente calma de mi escrito que no me siento irritado por la pasividad constatada de nuestras fuerzas vivas (¿vivas?), de mal yogur, cuanto menos, sí que estoy; pero ¡ah! mi estado se eleva a cotas de auténtico cabreo cuando los defensores de los dos corredores, citando los efectos beneficiosos de esta infraestructura, mencionan no sólo su importancia para el transporte de mercancías sino que, además, de vez en cuando, citan también su influencia para el desarrollo del turismo. Eso sí que me saca de quicio. ¿Alejándose de la zona con más demanda turística que existe entre Alicante y Valencia, excluyendo toda la costa de la provincia alicantina es como van a justificar el uso de esos trenes para desarrollar el turismo?

Ahora ya lo saben, si no quieren que me rasque, por favor, no me piquen.