E n esencia, las películas, como productos audiovisuales, se pueden dividir en tres grupos. Las que van dirigidas a un público, las que buscan nuevos caminos artísticos, y por último, las que no consiguen ni una cosa ni la otra. Bestezuelas, de Carlos Pastor; Brutal Box, de Alberto Rojo, o Estás ahí, de Roberto Santiago, con menos de veinte mil espectadores y ningún hueco en la historia de nuestra cine, son ejemplos recientes de esta última situación.

A propósito del estreno en Canal + de Carlos, de Olivier Assayas, no está de más replantear el tema de la relevancia en los medios de las obras audiovisuales. La citada Carlos es una monumental serie televisiva que tuvo su versión cinematográfica. En nuestro país pudo verse por primera vez en la Mostra de Valencia. Más tarde, en las salas de exhibición, la disfrutaron alrededor de seis mil espectadores. ¿Quiere decir esto que la distribuidora fracasara? En absoluto. Carlos arriba ahora al canal de pago convertido en una marca reconocible para entendidos. Su paso por los festivales, el ruido mediático que ha suscitado, apoya su existencia. Carlos es un producto cultural. Como toda la obra de Isaki Lacuesta o Javier Rebollo, por citar a dos de los nuestros. Otro ejemplo es el Festival de Cines del Sur, que estos días se celebra en Granada. Los directores que pasan por allí no son conocidos. Sus películas nunca se verán en el circuito de exhibición, ni siquiera en las televisiones. Y sin embargo, el prestigio de sus actividades es incuestionable. La retrospectiva al cineasta argentino Andrés di Tella, el ciclo Bollywood en negro o la première de Haru's Jorney, de Masahiro Kobayashi, engrosarán páginas en los ensayos especializados, ciclos en las filmotecas. Eso es cine relevante.