No voy a hacer leña del árbol caído. No es necesario incidir en una obviedad que solo no ven los ciegos o los que no quieren verlo, en este caso los dirigentes del PSOE y del PSPV, culpables de la hecatombe, avisados de ella hace tiempo, pero ensimismados en sus cuitas y luchas intestinas, en sus familias y liderazgos de cortos vuelos. No tengo esperanza alguna de que cambien pues no saben moverse de otro modo. Forma parte de su manera de ser, de vivir, de entender la política y, seamos sinceros, la mayoría de ellos llevan viviendo de la cosa pública, muchos años. Pero, que nadie se preocupe, ya están tomando medidas para la renovación. Han sacado las navajas.

Quiero, cambiando de tercio, bajar de las nubes al PP valenciano, cuyos resultados autonómicos deben preocuparles y estoy seguro de que así es, por más que en público se ufanen de una victoria que no ha respondido a sus expectativas, antes al contrario, ha ensombrecido todo su discurso triunfalista. Que Camps pierda setenta mil votos en plena decadencia del PSPV es un dato que revela el rechazo que en buena parte del electorado provoca una situación judicialmente muy, muy compleja y unos hechos que, más allá del asunto de los trajes, siempre recurrente, entrañan una gravedad insoslayable, cualquiera que sea la decisión que se adopte al final por los tribunales. Por no hablar del despilfarro galopante, del deterioro de los servicios públicos, del paro superior a la media española, de la deuda que arruina nuestro futuro o de la quiebra de nuestras cajas, agotadas por su insaciable voracidad.

Camps ha perdido apoyo popular y sólo la debacle del PSPV ha impedido que el mismo PPCV no sufriera una derrota. Qué hubiera pasado si el PSPV se hubiera mantenido, si no hubiera existido una crisis económica como la que vivimos y Zapatero hubiera sido un tipo serio. O si IU, Compromís y Los Verdes hubieran ido juntos. Pues que el PPCV estaría hoy haciendo números y, tal vez, fuera del gobierno autonómico, pues esa coalición hubiera duplicado sus diputados. Setenta mil votos perdidos no tienen relevancia si el otro pierde el doble y otros grupos, que suman más de trescientos mil, se dispersan; pero, si el adversario mantiene su apoyo electoral -aunque indudablemente haya habido trasvase de votos del PSOE a la izquierda-, y los demás suman cantidades importantes, resultan demasiados escaños juntos con el sistema proporcional. Si hicieran números y se plantearan esta hipótesis, a buen seguro que abandonarían esos aires de victoria para instalarse en la realidad que el futuro les puede deparar. Hagan las cuentas.

El PP tiene aquí un problema serio cara a las elecciones generales. Vistos los resultados y extrapolándolos a unas generales, lo que el PSOE perdería iría fundamentalmente a engrosar candidaturas distintas al PP. Mantenerse cuando la tendencia apunta a un aumento del PP en casi todas partes, es un dato que deben valorar, sobre todo porque Camps no es referente de nada en la calle y porque, tal vez, el votante del PP se inclinaría con más tranquilidad de conciencia por cualquier otro que no le supusiera un conflicto interno. Y esto, aunque públicamente muchos sostengan lo contrario, lo dicen y lamentan en privado. El PPCV no es hoy, por tanto, un seguro para Rajoy, sino un riesgo que veremos si puede soportar, máxime cuando los próximos meses pueden deparar escándalos y sorpresas que minen su candidatura. Y esto no es ya una mera lucubración.

La corrupción no es determinante, es cierto, pero sí muy relevante. Camps ha perdido votos y lo mismo ha sucedido en algunas localidades de la Vega Baja, allá donde el Brugal ha tenido repercusiones. Cerrar los ojos ante esta realidad y sobreponer ciertos intereses de partido a los de la ciudadanía nunca es bueno, pues a la larga estos errores se pagan y Rajoy debería tomar nota. No era necesario llevar las listas repletas de inculpados, máxime cuando en los partidos hay miles de afiliados honrados y sin mácula alguna. Entre otras cosas porque los gobernantes deben gobernar, sin que las idas y venidas a los juzgados proporcionen la calma necesaria que exige la situación en la que vive el país. Si alguien no puede dedicarse plenamente a su tarea, debe por propia responsabilidad marcharse, ya que los ciudadanos nos merecemos atención preferente y hoy incluso exclusiva.

Yo soy de los que creo, no obstante lo dicho, que los días de Camps y algunos de sus más cercanos colaboradores están contados. Basta recordar el espectáculo de su designación como candidato y observar el poder que están acumulando en su partido personas muy reacias a mantener una organización que vive en el filo de la navaja. Nadie está dispuesto en política a jugarse lo suyo por otro y menos cuando no es necesario. Y Camps es perfectamente prescindible, yo diría que convenientemente prescindible para su partido.