Como si no tuviéramos bastante con la lucha que estamos sosteniendo contra las proposiciones de los fabricantes de electricidad -una energía que a muchos no les cabe en la cabeza que venga toda del sol, fuente inagotable de producción de vida-, ahora se nos enfrenta otra más. Una nueva sucesión de grandes torres metálicas que va a cruzar media provincia, media docena de términos municipales y el precioso parque de Beties que debiera estar clasificado casi como parque natural, en donde el colmillo eléctrico ha hincado su insoportable filo para partirlo en dos.

Estamos ya bastante curtidos en este tema de la defensa de los valores naturales. Nos gustaría que los prebostes de la ordenación del territorio supieran a ciencia cierta lo que eso significa. Del magnífico trabajo de los arquitectos Francisco Poveda y Beatriz Cascales -del que nos habla y nos presenta como una "nueva mirada" José Ramón Navarro Vera, tan acertado como siempre en sus conclusiones-, queremos destacar la idea del título de su último artículo publicado aquí el pasado día 26 de mayo. Habla de proyectar el territorio "construyendo" el paisaje. Es decir, que el paisaje -cuya definición es tan intemporal como lo quiso que fuera el catedrático Díaz Pineda, que lo califica como "elementos que mantienen una unidad equilibrada respecto de sí mismo y del medio ambiente"-, es perfectamente capaz de ser proyectado como un elemento más de la naturaleza siempre que esté imbricado en los valores que lo definen como tal. El paisaje es algo impalpable, pero también es absolutamente incapaz -per se- de aguantar (no se me ocurre otra palabra) en su concepto, premisas inaguantables para él mismo y para la conciencia de los que intentan disfrutarlo.

No se puede destruir el perfil de tierras y montes, de bosque o de praderas con la instalación de gigantescas torres metálicas, auténticas cuchilladas a la tierra madre, a la tierra-sostén, a la tierra encajada en los valores que van desde la autenticidad -nadie, sino ella sola estaba allí- y el uso, palabra de la que hay que separar inmediatamente cualquier acepción interesada que la destruya o la desvirtúe. Ocurre que con el transcurso de los tiempos en los que los valores naturales estaban hibernando para buena parte de la humanidad, se ha ido perdiendo el concepto de utilidad del paisaje como elemento primario o principal de un conjunto de valores que se aplican a las cosas que están sobre la tierra. Y esas "cosas", pueden ser perfectamente ideas. Y esas ideas pueden ser perfectamente las bases de un entendimiento adecuado entre el hombre que vive -que habita- y la tierra que pisa.

No es un concepto metafísico. Es claro que el hombre vive ahora de distinto modo que antes, y cada día cambia algo con respecto al anterior. Pero ese cambio, es mudanza, puede y debe ser concebida con un detenido estudio de contrapeso, es decir, qué podemos avanzar y en qué podemos retroceder. No es absolutamente necesario trasladar la fuerza eléctrica de un punto a otro mediante el empleo de gigantes metálicos. Existen otros procedimientos, que los prebostes de las compañías suministradoras conocen perfectamente pero que están sumergidos en el predicamento "que no se hable de ello". Nunca dicen por qué prefieren las torres, por qué evitan que alguien se lo diga, por qué eluden la consulta, no ya con las autoridades, sino con los que construyen el paisaje o simplemente lo mantienen.

Recientemente, en la comarca de Omaña, en León, ha surgido por fin la controversia. Un parque eólico sin permiso -otra forma de invasión eléctrica- ha originado que la justicia haya impuesto una fianza de un millón de euros en previsión de que la instalación de aerogeneradores moleste -esa sola hipótesis ha sido suficiente- a las colonias de urogallos. Con independencia de que la especie esté o no protegida, el resultado viene de la negativa de la empresa a colocar sus gigantes metálicos fuera de los límites que imponía el más inapelable sentido común. Es decir, que es la justicia -a quien por otro lado no se le puede acusar de ecologista- la que ha amenazado a la empresa si se molesta a uno solo de los urogallos de la sierra de Omaña.

Si trasladamos estos presupuestos a la comarca de Beties, pueden tomarse los caminos que se quieran. Se puede acudir a la justicia si se destruye el paisaje, que tiene el mismo delito que si a causa de la instalación se deteriora una lejanía, se rompe un perfil, se desintegra un punto de vista o se interpone un elemento -en este caso, muchos- que en vez de construir paisaje, lo destruyen o lo deterioran.

Como bien dice José Ramón Navarro, se hace imprescindible proyectar el territorio construyendo el paisaje.