En los sesenta, mientras mi equipo me daba los domingos en el estadio contadísimas alegrías, me hice del United por Bobby Charlton. Es lo bueno de los niños, que no tienen un pelo de tonto. Luego, cuando crecen, la cosa cambia. Puede que lo que me llamara de entrada la atención del 9 de los "Red Devils" fuese que, por la incipiente calvicie, parecía una vieja gloria. Y a los veintitantos tenía todo el aspecto de estar al final de su carrera, pero cuando cogía el balón en el círculo central, elevaba el cuerpo haciéndose inmenso, le hacía creer al marcador que iba a irse por el sitio contrario al que tenía pensado y aceleraba entonces majestuosamente con el área entre ceja y ceja, te dabas cuenta de que aquel tipo era el rayo que no cesa. Sus destellos surgían por cualquier lado, tanto en un pase de cuarenta metros al pie sin levantar la vista como en una incursión con la pelota pegada a su zurda para en el último instante pasársela a la otra y, ante la confianza del defensor de que ésa no era la buena, ponerla en la escuadra. Así hasta en cerca de 250 ocasiones que la depositó dentro del marco, de donde recuerdo que solía regresar atusándose su difícil cabellera hacia el lado más conveniente. La fascinación se acrecentó en mi interior al descubrir que la catástrofe aérea del 58 en Munich, de la que el entonces chavalín Charlton fue uno de los supervivientes, se produjo el mismo día de mi cumpleaños. La historia del United la escriben entrenadores legendarios como Matt Busby y el actual y jugadores de rompe y rasga: desde George Best a Bryan Robson, pasando por Eric Cantona, Roy Keane, Beckham y Ryan Giggs, que ha logrado superar en participaciones al mío, y al que lo único que a sus 37 años puede hacer perder temple para dar verdaderos naturales dentro del área es la intromisión de "twitter" en su intimidad. Sintiéndolo mucho hoy no puedo ir con los herederos de Sir Bobby Charlton, pero apenas me preocupa. No podía ni imaginar que hubiese por aquí tantos seguidores del United.