El varapalo del 22-M ha sumido al PSOE en el debate sobre si lo conveniente ahora es cambiar de cartel electoral y elegir al sustituto de Zapatero para las próximas elecciones generales o ir a un congreso extraordinario para poder decidir, además del candidato, la nueva estructura interna de poder de los socialistas y una nueva oferta programática. A la vista de lo que han dicho los ciudadanos en las urnas no parece haber lugar a dudas sobre lo que necesita en estos momentos el partido del puño y la rosa: un congreso del que salga un candidato y secretario general, una nueva ejecutiva y un nuevo programa electoral porque, si como parece, van encaminados a calentar los bancos de la oposición en el Congreso y el Senado la próxima legislatura, no es lo mismo hacerlo con un partido que se supone ha retomado el rumbo tras su cónclave interno, que enfrentarse a la travesía del desierto con todos los deberes por hacer y, lo que es peor, con unos cargos públicos que a lo mejor no serían los mismos si los militantes eligen a una nueva dirección. Aquí es donde parece radica el problema y donde se puede encontrar la explicación por la que la actual cúpula federal está haciendo lo posible y lo imposible por evitar el congreso, ya que una nueva dirección sería la encargada de dar el visto bueno a las candidaturas y en esta tesitura podrían perder la poltrona muchos de los que ahora tienen las riendas del partido en sus manos. Zapatero ha argumentado ante sus barones, con éxito a la vista de la decisión de Chacón de no ir a primarias y dejar el camino libre a la candidatura de Rubalcaba, que abrir el proceso congresual podría desestabilizar al Gobierno e impedir que se agotara la legislatura. Es cierto que se puede dar esta circunstancia, pero también lo es que los mercados sigan presionando a la economía española, ante la evidencia de que tras el 22-M tenemos un gobierno muy debilitado, y sean necesarias nuevas medidas de ajuste, que es evidente que Zapatero no está en condiciones de adoptar y que le llevarían irremisiblemente a tener que adelantar las elecciones generales a otoño. Luego lo coherente, dado que no está garantizado que se pueda llegar al fin de la legislatura, es plantearse cómo se fortalece mejor al PSOE en lugar de pensar en cómo se salvan de la quema los dirigentes que han llevado a esta formación política a la más estrepitosa de sus derrotas.