No tendrá un funeral vikingo. El final de Rodríguez Zapatero al frente del PSOE no será un relevo con grandeza. Los focos estarán pendientes de otro. Las voces que se han dejado oír -Patxi López, Alfonso Guerra, Rodríguez Ibarra, Joan Lerma- reclamando un congreso extraordinario son voces de quienes quieren que ZP salga cuanto antes de escena. La derrota del domingo, un castigo que rozó la debacle, exige un chivo expiatorio. Y va ser el propio Zapatero. Frente a las primarias que centrarían los focos del debate en los discursos de los aspirantes -que si Rubalcaba, que si Chacón- el congreso, como paso previo a la elección de un nuevo secretario general, podría derivar en una sesión de anatomía a cuenta del "zapaterismo".

Las voces más críticas o las lanzadas a por la herencia se preguntarían por las causas que han llevado al partido al peor resultado electoral de toda la etapa democrática. Hablarían de un partido con ideología cambiada. Un PSOE derrotado y, lo que es peor, desnaturalizado ideológicamente por el experimento zapaterista. Un experimento que ha desdibujado las señas socialdemócratas de un partido centenario para convertirlo en una suerte de grupo radical postmoderno cuya forma de interpretar las necesidades y anhelos de la sociedad española ha sido rechazada por la mayoría de los ciudadanos, muchos de ellos antiguos votantes socialistas. La otra posibilidad sería la de la componenda. El intento de cooptar a un candidato por consenso de los notables del partido como sucedió con el propio Zapatero cuando Guerra y Maragall decidieron cortar el paso a Bono. En fin, en cualquiera de los registros, el drama concluiría con la salida de escena de Rodríguez Zapatero. Una salida que él mismo debería ya haber anticipado asumiendo la derrota como lo que ha sido: el castigo de los electores a su forma de mal gobernar.

En sus memorias, Marlon Brando decía que su tragedia había sido no saber lo suficiente como para largarse del escenario cuando la obra ya había terminado. Algo parecido le está pasando a Zapatero, un zombi político al que sus compañeros de reparto ya no están por la labor de organizarle un funeral vikingo. Quieren que desaparezca cuanto antes de escena.