El proceso electoral en el Perú está tomando visos míticos, el del "Eterno retorno" que condena a ciertos pueblos a revivir sus traumas y, por ende, a perpetuar su historia de dolor. Visos preocupantes por donde se los mire. Y desde mi posición, tras ejercer el periodismo en ese país por casi dos décadas, advierto responsablemente que no sólo se vienen tiempos sombríos para el Perú, sino que su carácter tenebroso ya se ha impuesto.

A un mes de la segunda vuelta se puede advertir las condiciones fraudulentas en las que ambos candidatos se disputan la Presidencia y cómo el motor de la corrupción está levantando la intención de voto en favor de Keiko Fujimori, la hija del dictador condenado por la justicia por el carácter cleptócrata de su régimen y por crímenes de lesa humanidad.

El acceso a la prensa es un requisito sin el cual ningún candidato podría ganar una elección democrática. En el caso de que dicho acceso fuera negado estaríamos ante una práctica autoritaria que desvirtuaría el resultado de tal elección. Y esto es lo que le viene ocurriendo al candidato más votado en la primera vuelta, Ollanta Humala, el denominado "peligro de izquierdas" por las clases dirigentes, dados sus antecedentes cuanto menos dudosos, en sus propuestas económicas nacionalistas como en su pasado militar.

Sin embargo, aunque a muchos nos asusten sus credenciales, más nos asusta descubrir que el candidato de la izquierda ha sido vencido de antemano. Prácticamente, no habría manera de que pudiera ganar dadas las condiciones mediáticas que enfrenta, replegadas como antaño al canto de sirena verde dólar del fujimorismo. Por tanto, ésta que se viene -ya no nos hagamos ilusiones- no será una elección democrática y no podrá serlo porque no se están respetando las reglas de un proceso electoral que se precie de tal epíteto. Tal parece que la futura presidenta Fujimori llevará adelante un gobierno similar al de su padre pues, aun antes de salir electa, ya ha puesto en jaque la libertad de prensa en el Perú.

Hagamos uso de la memoria. En la década de los noventa, Fujimori gobernó gracias a un sistema mafioso tan psicopático y perfecto en su insania que aún hoy día viene analizándose en los cursos de "alta política" de Harvard. El sistema fujimorista incluía un oscuro manejo de la prensa, tan perverso que, mientras asesinaba a periodistas independientes, compraba mensualmente a los propietarios del medio para acallarlo. Si la muerte no bastaba, se compraba a los deudos, y si estos no cedían al soborno, se les amedrentaba, así, hasta que alguien levantara la mano para recoger el fajo de billetes.

Hoy por hoy, la televisión peruana en su conjunto -hablamos de siete canales a nivel nacional- repite mañana, tarde y noche su espanto por la ausencia de libertad de prensa en Venezuela al tiempo, y he ahí lo perverso de la paradoja, que emplea la mordaza sobre el candidato mayoritario al impedir su expresión pública en un debate democrático.

De esta manera, los medios, uno tras otro, como en los peores tiempos del fujimorismo, se han copado de periodistas que entonces apañaban al dictador y han vetado cualquier voz disonante. En realidad, no cualquier voz. La voz crítica de César Hildebrandt -periodista contra quien se elaboró un plan de inteligencia a fines de los 90 para eliminarlo a él y a su familia dado que, con sus investigaciones y denuncias, hacía peligrar el afán reeleccionista de Fujimori-, ha vuelto a ser extrañamente silenciada. Ningún medio televisivo lo contrata, a pesar de su historial de récords en rating y de los jugosos dividendos que sus programas les dejaba. Lo han vetado porque muchos empresarios televisivos -ni qué decir, periodistas- aún evocan nostálgicos lo dadivosa que era la mafia fujimontesinista con sus millonarios sobres mensuales cargados de dinero arrancado de las gargantas de miles de niños y de mujeres hambrientos, porque de ellos es el rostro de la pobreza en el Perú.

Las cosas por su nombre. Una prueba más del secuestro fujimorista de los medios estriba en la última campaña televisiva lista para lanzar por el candidato de izquierda. Dicha campaña ha sido "censurada" por distintos medios televisivos pues, so pretexto de evitar campañas "con sesgo agresivo" -apreciación sumamente subjetiva-, sus imágenes mostraban, en síntesis, los horrores sufridos durante la década de Fujimori.

¿Estamos hoy igual que entonces? Diría que peor, pues aún habremos de esperar que se le caiga el maquillaje a la hija del dictador. Un maquillaje que, cual teatro Kabuki, oculta a Keiko Fujimori tras los mismos ungüentos que un día su padre empleó, tanto para disfrazar su perversidad como para aceitar los engranajes del aparato más mortífero y demoledor de principios democráticos con que ha contado el Perú.

Como advirtió el primer ministro de entonces en su mensaje a la nación: ¡Qué Dios nos ampare! porque los tambores del fujimorismo vuelven a retumbar y los espíritus de los miles y miles de muertos que dicho régimen regó se habrán de levantar para increparnos cómo pudimos permitir el retorno a la barbarie. En mi memoria queda intacto el rostro desencajado de Orlando Barreto, cuando en el año 98 pude entrevistarlo, tras conocer el asesinato de su hija Mariella, descuartizada por agentes de Inteligencia que, posteriormente, el gobierno de Fujimori no dudó en amnistiar. En ese momento, don Orlando no cesaba de repetir: "No comprendo nada, señorita". Tampoco yo comprendía nada. ¿Qué crimen imperdonable para el fujimorismo pudo haber cometido su hija? Pues haber filtrado información a un medio independiente sobre las masacres cometidas por el Ejército en contra de civiles inocentes. A este tipo de muertos me refiero cuando pienso que no honramos su memoria y esta forma de fragmentación, de descuartizamiento moral del fujimorismo es la que deseo, desde mi honda gratitud al Perú, que nunca más corrompa nuestra esencia, como pueblo y como seres humanos.

* Patricia Riera, periodista y psicóloga alicantina, fue jefa de Prensa del Gobierno peruano presidido por Alejandro Toledo.