C uando hace tiempo un bando quemaba iglesias, yo musité canciones mirando al horizonte, porque no era creyente. Cuando el dictador encarcelaba a los que no pensaban como él, tú te quedaste en silencio, porque te habían dicho que no pensaras. Cuando el régimen apaleaba a los homosexuales, una gran mayoría miró hacia otro lado, porque no era homosexual.

Cuando la tierra se estremeció en Haití, y el mar en Fukushima, nadie se inquietó, porque los temblores se sintieron muy lejos. Cuando vino la crisis, vosotros no os asustasteis ni desorientasteis, porque os habían enseñado que era la antesala de un cambio verdadero. Cuando todos protestaban por los recortes sociales y los parados de larga duración se quedaban sin prestaciones por desempleo, mis vecinos se quedaron en casa y no se manifestaron, porque, dijeron, ese no era su problema.

Cuando un intelectual nos advirtió de que algo iba mal, no nos inmutamos, porque a nosotros parecía irnos bien y no estábamos resentidos. Cuando me dijeron que había más desigualdad y que cada vez éramos más pobres, yo no me lo creí, hasta que el paro llamó también a mi puerta. Cuando unos sabios patriarcas de barbas blancas nos sugirieron que nos indignáramos y reaccionáramos, no nos angustiamos porque no teníamos de qué indignarnos y además nos parecieron teorías de vejetes demagogos trasnochados.

Cuando media España se movilizó contra el sistema político y social actual al grito de "democracia real ya" y por una revolución ética, yo no me movilicé ni inquieté, porque creí que eso era cosa de jóvenes que no tenían nada mejor que hacer. Cuando el Apocalipsis de San Juan se hizo carne y los jinetes de la guerra, la injusticia, el paro, la pobreza, la enfermedad y la economía vinieron a por mí, ya era tarde para expresar mi descontento, para indignarme y reaccionar.