Si hay un candidato silente, como durmiendo, es Rajoy. Candidato por la voluntad del verdadero líder del PP, espera sin alterarse las llaves de la Moncloa, edificio que conoce. Ya sabe dónde fumará el puro viendo fútbol o jugando al dominó. No organizará un bodeguita, le gusta más un casino de provincia. Ha decidido eludir temas de mucha actualidad. Se dedica a hablar de economía y de los cinco millones de parados, afirma que tiene un programa que posibilitará que el paro en España desaparezca, una iniciativa un tanto misteriosa como mezquina, porque no da ninguna pista, como si fuera una fórmula mágica que no se puede compartir. Creer o no creer, eso sí, cuando elogia las medidas tomadas por el gobierno conservador del Reino Unido se puede imaginar cual es su plan.

Y otra coincidencia; en la campaña electoral los conservadores ingleses ocultaron su plan: despedir medio millón de empleados públicos, desmantelar servicios sociales, aumentar las tasas universitarias, etc. Esperanza Aguirre, que vive sin vivir en ella, sigue presa de una pasión contradictoria, en realidad, de dos: se resigna a esperar el triunfo de Rajoy en el 2012 y desea su derrota, y con su estilo un tanto macarra ("ese hijoputa"), al mismo tiempo que controla a Gallardón ("calladito estás mejor") utilizando el aparato madrileño popular, que está incondicional a su servicio. Intuye que se puede convertir en una Juana de Arco y salvar a España. En esas circunstancias otros líderes populares intentarán llevarla a la hoguera: eres de Madrid pero no de España, no eres nadie más allá de la calle 30. Si en el 2012, por tercera vez, los populares pierden las elecciones generales y eso es posible, no lo podrán soportar, necesitarán el apoyo de psiconalistas lacanianos. Saben además que no está escrito que aunque sean los más votados una coalición de partidos pueda formar gobierno y condenarlos a la oposición. El PP no tiene simpatizantes entre el resto de los partidos. Se les teme. La legislatura por mayoría absoluta de Aznar sigue viva en el recuerdo. Rajoy, posiblemente, piense que el atentado de Atocha le robó la presidencia del gobierno. Ahora debería de pensar que fue un error afirmar que fue ETA. De todas maneras, algunas encuestas, antes de la masacre de Atocha, ya lo daban por perdedor. Y ahora, disimulando la ansiedad, esperan arrasar el 22 de mayo y de allí "en AVE" a la Moncloa, pero este arrasar, posiblemente no suceda, y sus colegas pueden llegar a la conclusión que no es el candidato más adecuado pero, hay, es tarde para "fabricar" otro.

En Elche, "con todo lo que ha llovido" (frase que se usa para todo), el PP no ignora que no tiene fácil ganar las elecciones. Tiene cautivo a su electorado más fiel, pero el conjunto de la ciudadanía recuerda los años de la especulación y el desarrollo urbanístico desordenado de los 70, cuando el boom de la inmigración interior. Los ciudadanos tienen buena memoria. A todo esto, el candidato socialista, actual alcalde, recorre la ciudad explicando qué hizo; presenta un programa, arrastra a sus compañeros y compañeras, está convencido de quién es y qué quiere hacer. En el caso de Alejandro Soler las siglas se apoyan en él, en el caso de la candidata popular, Mercedes Alonso, ésta se apoya en las siglas.