Entre 1932 y 1936, auspiciadas por los distintos gobiernos de la II República, se desarrollaron las llamadas Misiones Pedagógicas, en realidad, visitas a los pueblos menos avanzados del país para enseñar "las cosas que los hombres han hecho sólo para divertirse y divertir a los demás, o sea las cosas que llamamos bonitas, las cosas bellas, las que sirven sólo para darnos gusto, para darnos placer y alegrarnos". Para tal fin, los misioneros civiles utilizaron funciones teatrales, reproducciones de cuadros del Museo del Prado, recitales literarios y proyecciones cinematográficas, a las que contribuyó gente como Gonzalo Menéndez Pidal, Antonio Sánchez Barbudo y José Val del Omar, cineasta cuyo trabajo algo nos concierne.

Con esta ubicación temporal, comenzaba "Desbordamiento de Val del Omar", la exposición que se clausuró el pasado 28 de febrero en el Museo Reina Sofía de Madrid, y que deparaba muchas sorpresas técnicas, por la capacidad inventiva del cineasta (recogida en su laboratorio también expuesto, llamado PLAT, siglas equivalentes al concepto de Picto-Lumínica-Audio-Táctil), y también algún descubrimiento cercano, por su interés por las tradiciones festivas y artísticas. Como bien se explica en el catálogo de la exposición (Horacio Fernández y Javier Ortiz-Echagüe) aquella "comunicación de cultura" fue de ida y vuelta, de forma que se aprovechó la presencia de fotógrafos y cineastas para producir "aportaciones gráficas documentales", fotografías y películas registradas en los pueblos para luego proyectarlas en cines y publicarlas en revistas, como el ejemplo que nos acompaña, perteneciente al Álbum del Expediente de la Junta de Ampliación de Estudios, no 30, 1932-1936 (Residencia de Estudiantes, Madrid).

Tras algún fracaso comercial y atraído por el poder educativo del cine, Val del Omar, que a través de Federico García Lorca conoció a Manuel Bartolomé Cossío (presidente del Patronato nombrado por el ministro de Instrucción Pública), entró a trabajar como jefe del laboratorio archivo de Misiones y del laboratorio fotográfico y cinematográfico, lo que le permitió descubrir entre 1933 y 1934 en Las Alpujarras, Galicia o Cáceres muchos rostros sorprendidos, desbordados ante las cosas bellas que mostraban en el camión del Museo ambulante. Ahí radicaba el éxito de las Misiones, en la mirada. Según Cossío, ver educa, "las tres cuartas partes, y aun es poco, de lo que sabe un hombre culto, no lo aprende en los libros, sino viendo las cosas, quiero decir, sabiendo verlas".

No fueron estas fotografías, en las que se muestra que "una figura sin rostro posea una mirada perpleja", las únicas imágenes de la exposición que representaban la atención de unos espectadores. Volvimos a descubrir esos rostros aturdidos 40 años después, entre la contundente producción fílmica de Val del Omar encontrada en el laboratorio del cineasta y exhibida en la exposición gracias a la Filmoteca Española y Eugeni Bonet. La secuencia dura unos segundos, los suficientes para preguntarnos, como lo hacía el cineasta entonces, como lo hizo en las Misiones a través de su cámara o de la de algunos compañeros, qué cosa bella estarán observando esa mujer y ese niño que alzan sus miradas fuera de campo, quizá, nos preguntamos, dirijan su fascinación hacia el cielo, quizá hacia una cúpula. La sospecha de que podría tratarse de un cielo y además de la cúpula Santa María de Elche nos la confirmó la filmación del momento en que la procesión entierro del día 15 de agosto entra en la basílica, secuencia insertada entre varios planos de ballets, orquestas y coros que componían los Festivales de España en 1963, cuando el cineasta recogió el encargo del Ministerio de Turismo para rodar una serie de documentales sobre aquellos eventos culturales, tan añorados en nuestra ciudad.

Tras ver allí mismo "Aguaespejo granadino" (1953-1955), una de las componentes de su "Tríptico Elemental de España", reproduciendo nosotros seguramente ante la combinación de sonidos envolventes e imágenes impactantes la mirada que buscaba Val del Omar, volvimos hacia aquellas fugaces imágenes que nos devolvían algunos semblantes vistos antes y captados certeramente, lo recordamos, por la cámara de Andreu Castillejos, también preocupado como aquél por las vías recíprocas del arte y por los gestos rituales de la vida. El cometido de mayor calado que tenemos los ilicitanos no es sólo preservar el título sufragado por la Unesco, sino mantener el marco que permita que las miradas de aquellos que se acerquen el 14 y 15 de agosto a Elche se desborden en cada Festa, como mostró una vez un hombre que, conocedor del poder sobre el tiempo de la imagen, escribió "Vinimos por el agua -nos hicieron barro. El fuego de la vida nos va secando".