Nos vemos inmersos en un denso periodo electoral que nos llevará al día 22 de mayo a constituir los organismos rectores que en cada municipio y comunidad autónoma regirán los destinos de los intereses de la ciudadanía. En unos casos continuando los que ya lo venían ejerciendo y en otros al otorgarse la confianza a distintos equipos rectores. Y para ello, las juntas electorales de zona en cada partido judicial, y las juntas provinciales ubicadas en cada Audiencia Provincial, están llevando a cabo desde hace días una intensa actividad adicional que se exige a los órganos judiciales para adicionar a su ya carga pesada de hacer frente a una cada vez más inasumible carga de trabajo que ha roto todas las previsiones. Y que, además, nos está llevando a unos niveles de registro de asuntos realmente desconocidos por la alta conflictividad que se vive en la sociedad en los últimos años y que acaba por desembocar en los tribunales como mecanismo de solución de los conflictos.

Pero estos periodos de reflexión son necesarios porque, ciertamente, rompen la dinámica habitual de actividad de gestión, y sirve para recapacitar sobre la forma y manera en la que se están afrontando los problemas de la sociedad y la plasmación de nuevos proyectos, nuevos objetivos y nuevas ideas que aporten soluciones a los muchos problemas que tiene la sociedad. Ahora bien, superados los intercambios de mensajes cruzados y de publicitación de aquellos se impone, tanto ahora como tras las elecciones generales de marzo, una verdadera autopuesta en común de la necesidad de forzar la máquina de la unidad de ideas que nos lleven a salir de la crisis económica en la que vive sumido el país. Porque lo realmente importante es saber que existen modelos de gestión de la situación que pueden y deben dar resultados más óptimos. Y porque los ciudadanos se preguntan y nos preguntamos hasta dónde nos va a durar una situación que cada vez está dejando efectos más dañinos en los hogares. Además, a todo esto la naturaleza no nos da ni un segundo de tregua ni para tomar impulso o poder respirar. Y el ejemplo de las desgracias de Japón y la más reciente de Lorca nos lleva a todos a formar una piña humana para ayudar a los necesitados en la tragedia y escribir la palabra solidaridad en las cabezas de todos. Aunque solo sea por la tesis de que algún día te podría pasar a ti. Porque parece que los males no vienen solos y que si ya las cosas no están muy bien que digamos, resulta que parece que se nos está poniendo a prueba de forma permanente para ver la calidad de nuestra capacidad de reacción y de aguante ante las adversidades.

Por ello, lo realmente importante es olvidar enfrentamientos y rencores, reunirnos bajo un proyecto en común, aportar desde todos los sectores las ideas que confluyan en sacar adelante este barco y evitar el desgaste permanente que supone estar pensando más en cuestiones personales que deben quedar al margen. Lo que no suma nada al objetivo real y común que es el de invertir la situación y ofrecer oxígeno a la sociedad entera no nos vale ni para tenerlo en cuenta. Y si no lo hacemos así estamos gastando energías que nos desvían de lo que realmente quiere el ciudadano, que es que su empresa funcione, que encuentren un puesto de trabajo, o mejoren las condiciones del que tienen, que los productos no estén cada vez más caros y que no suban los costes de los servicios públicos si los ingresos no lo hacen de una forma acompasada. Porque, realmente, el objetivo se conoce. Lo trascendente es acertar con el modelo a seguir para recuperarse de la crisis. Y si estamos realmente preocupados deberíamos saber deletrear la palabra unión para no meternos más en un sendero que a ningún sitio nos lleva. Ya avisaba Karen Horney que "La preocupación debería llevarnos a la acción y no a la depresión". Pero quien debe afrontar el reto de llevarla a cabo es el gestor que tiene encomendada la confianza del ciudadano y en este objetivo, que es ahora más común que nunca lo ha sido, -no lo olvidemos-, caben todos sin exclusiones y con más sumas que restas. Si no lo hacemos así, puede que un día sea ya demasiado tarde. Y los terremotos y la destrucción no solo vienen por las causas naturales que conocen los expertos, sino que los hay de muchas clases. El problema es cuando estos vienen por nuestra culpa y nuestra inactividad.