El tímpano podría ser un oxímoron perfecto: resistente fragilidad.

Anda uno estos días bombardeado por la campaña electoral con las caravanas, los medios audiovisuales y escritos, los mítines, las invectivas, la refriega, el ruido y las broncas, los cosos taurinos y las placitas de pueblo, los eslóganes, las encuestas, las sintonías musicales, las banderitas y demás quincallería.

Anda uno pensando, por ejemplo, que el alcalde de Elche, don Alejandro Soler, ha dado, con gallardía y acierto -"vota a la persona"- en la diana de las deseadas listas abiertas. Que la alcaldesa de Alicante, doña Sonia Castedo, explota sus tablas con empaque frente a una doña Elena Martín que se crece en la adversidad. En la capital se escenifica sin rubor el cuento de la lechera desde hace veinte años como mínimo, y el reparto sin excluir a personaje alguno proclama que es necesario el Palacio de Congresos cuando, sabido es, en la caja no hay un duro. En Orihuela -acaso por ahorrar- se ha obrado el prodigio, el milagro de los mítines sin luz y sonido: un milagro de serie B. El señor Camps y el señor Ripoll se dan la mano en Dolores (ironías), con mueca de "hazte pallá que me tiznas". Y en Benidorm, cuando don Agustín roza la punta de la cucaña tras una legítima y entusiasta escalada en beneficio de esa deliciosa ciudad, irrumpe la confederada señora Amor, salta a la cancha en las postrimerías del partido y se monta el desconcierto: tres balones por el campo dando saltitos.

Desde un enfoque nacional, los del Partido Popular tratan de convertir las elecciones en plebiscito de repulsa al Gobierno de la Nación utilizando, si preciso fuere, curare, en tanto los socialistas, con denuedo, acotan el encuentro a sus verdaderas dimensiones y reglas de juego, o sea, a su ámbito local y autonómico. (Por cierto, ¿se han dado cuenta de que nadie osa decir regional?: tiene guasa esto de los nuevos caciquismos). Y para rematar el panorama, llevamos meses sometidos a la tortura de Bildu, esa especie de matraca no romanizada; mejor dicho, berbiquí con zarcillos y jeta patibularia, o, más exactamente, un martillo neumático taladrando a tope consignas coreadas con una sosería insufrible las 24 horas: ¡qué aburrición eso de Bildu, santo cielo, qué aburrición! (ya saben que la aburrición es el grado superior del tedio).

Y en estasɡzaca!: Lorca.

Uno piensa que se alcanza la madurez cuando se percibe que la linde entre la vida y la muerte tiene el grosor de un tímpano: una lámina tan resistente como frágil, un oxímoron, una tersa membrana que se rasga cuando menos se espera. Esa pulgada entre lo efímero que creímos eterno y la eternidad que desearíamos transitoria. Y es que la frontera entre ser persona o no, es un tímpano, sólo un tímpano. Luego, se es difunto. Y así lo sentimos ante la muerte súbita (o esperada) de un ser querido: agazapada, la parca perfora el tímpano.

Lo sentimos ahora, con las víctimas de Lorca, que estaban a punto de disfrutar del verano en la Ciudad del Sol. Lo sentimos ahora, que nos creemos afortunadamente tan vivos y combativos en plena refriega electoral. A ellos, en cambio, a nuestros vecinos de la Región de Murcia, y mucho lo sentimos, les reventó el tímpano: todo son ahora sombras, ya no oyen el ruido, ya no escuchan los sonidos.