No hace falta calcular a base de logaritmos neperianos el número de concejales necesario para alcanzar la mayoría absoluta. Basta con conocer el número de escaños y efectuar una simple operación aritmética. En el Ayuntamiento alicantino, el mojón se fija en el puesto quince, pues son los ediles precisos para gobernar en solitario. Lo obvio se torna en necesidad en el caso del Partido Popular, sabidas sus dificultades para alianzas.

Conocida la frontera del éxito, se confeccionan las listas mirando de reojo los nombres que van conformando la candidatura hasta llegar al determinante puesto. Los populares han ido acomodando en la candidatura en posiciones preferentes a los afines al campismo, exceptuando, muy a pesar de la alcaldable, la segunda posición ocupada por Ripoll. Los sondeos pronostican al menos llegar al mágico quince, adjudicado a la concejal que sustituyó al dimitido Alperi, que escala una posición manteniendo su imagen intacta.

Justo detrás ocupando el puesto dieciséis, aparece Juan Zaragoza, zaplanista reconocido, que en la conclusa legislatura administró las cuentas municipales. De castigo preventivo se pudiera calificar tan bajo puesto, parece como si se le exigiera un plus más en la campaña si desea repetir. Advertencia en silencio de mayor compromiso en una lista en la que su compañero de fatigas Ripoll es zorro con bozal en gallinero ajeno, y en la que él acompaña incómodo en un acomodo que parece menoscabar su reputación venida a menos tras la hipervaloración de una expropiación. Permanencia a expensas de nutridas urnas con papeletas estampadas de gaviotas.