El añorado al menos por mí Adolfo Marsillach era un enamorado de Xàbia donde pasaba temporadas en una casa que tenía. A pesar del cuelgue, no paraba de quejarse de los problemas de suministro de agua. No sé si nueve años después de su desaparición esas deficiencias persisten, pero quiero pensar que en ellas, o en su memoria, reside el origen de que el consistorio vaya a retribuir con un complemento de productividad a los polis que se aseen. A veces juzgamos muy a la ligera iniciativas de estas características, hacemos sangre con sus autores y no nos paramos a pensar que, detrás de una decisión tan arriesgada, algo existe en el subconsciente colectivo que empuja a tomarla. Cuando en una entrevista televisiva de la época, Joaquín Soler Serrano le pide a Marsillach que diga cuál es el verdadero frente a la fama de petulante y engreído que le acompañó toda la vida, el actor advierte que "no hay un solo Adolfo Marsillach ni un solo Soler Serrano. Una persona es siempre algo en evolución, que va cambiando según las circunstancias de su propio desarrollo vital y cerebral". Más claro, agua. No queremos que nuestros polis huelan bajo ningún concepto, debe ser la consideración de fondo que los rectores del municipio han tenido en cuenta para tomar una medida que más de uno puede considerar estrambótica puesto que se completa con otro incentivo por ir a trabajar una vez limpito. Los sindicatos policiales también se han mojado -asearse no puedo asegurarlo- y consideran que los nuevos criterios evitan las discriminaciones retributivas. Ya, ya, se ha escuchado en la cola del paro. Igual que a nuestro protagonista se le oyó contestar lo siguiente a la pregunta de Soler Serrano de si se consideraba un agitador: "Yo diría que sí, que he pretendido inquietar. Quizá ese sería el verbo más apropiado. En todo mi trabajo profesional ha habido un deseo de que la gente pensara, meditara, y he intentado que eso se produjera a través de espectáculos divertidos". Ignoraba que Marsillach había calado tan hondo en Xàbia.