La señora Carmen Romero, ante las insidias de que los náufragos de una barcaza no fueron atendidos por esa organización, de la cual no sé si es portavoz o portavoza, ha declarado, sin temblarle un pelo de las pestañas ni meneársele un solo músculo facial, que ningún mando de la OTAN recibió llamada alguna de auxilio de los ocupantes de la desvencijada chalupa y, en consecuencia, no se les pudo atender. Para compensar la contrariedad, imagino que este incidente habrá provocado la desolación en Berlusconi, Sarkozy y media Europa.

Durante diecisiete días los ocupantes de la barcaza, en su mayoría negros, moros y beduinos, sin excluir mujeres y niños, vagaron en mitad de un mar embravecido entre Trípoli y Lampedusa. Área que, por mor de las tareas humanitarias que le son propias a la Organización del Atlántico Norte, se encuentra atestada de herramientas de la OTAN. ¿A qué se dedicaban los ochenta náufragos instalados cómodamente a bordo de la patera?

En medio de un mar encrespado, la chalupa había perdido el combustible y las aguas por donde Ulises pasó calamidades sin cuento se mostraban inclementes entre la costa de Libia, punto de partida, y la isla de Lampedusa, puerto de llegada. Los animosos balseros, al poco de salir de Trípoli se percataron de la situación: sin combustible y a la deriva. En lugar de llamar entonces al mando militar o civil de la OTAN o, si me apuran, a la bienhechora señora Romero -teléfonos que, como es natural, tenían memorizados o apuntados en sus agendas o zurcidos en sus turbantes o bordados en sus chilabas-, emplearon su tiempo y sus móviles para intercambiarse recetas y dietas con el fin de distraerse de la monotonía de la singladura; hablaban de kilocalorías, de los efectos de la dieta adelgazante proteínica, la de carbohidratos y otras varias tan de moda, haciendo hincapié en la necesidad de combinarlas con el ejercicio físico. ¿Por qué, en vez de entretenerse con esas tonterías, no utilizaron los teléfonos para llamar a la cadena de mando de la OTAN pidiendo socorro?

La cosa tiene bemoles y, claro, al final pasó lo que pasó: que la barcaza, al pairo, fue arrastrada por el mar a la costa de Libia sin alcanzar el objetivo de pisar Lampedusa. Regresó, sin embargo, más ligera de equipaje, o sea, con setenta ocupantes menos: muertos de hambre y de sed fueron arrojados por la borda junto a sus móviles, esos móviles de última generación que no utilizaron como debían. En lugar de chismorrear con tanta variedad de dietas, deberían haber llamado a los mandos de esa organización humanitaria que se conoce por las siglas OTAN, es decir, Organización para el Tratamiento de la Alimentación y la Nutrición. Más les hubiera valido.