Acaba de empezar la campaña electoral y desde mi habitación escucho las habituales proclamas que mediante megafonía reiteran los partidos políticos, pero ya he leído, siquiera por encima, dos periódicos. Es sábado y estoy pensando en las apuestas del corazón a que la noche alicantina me retará dentro de unas horas. No quiero con esto, y más a mis años, hacer elogio alguno de la noche. Es más, creo que deberíamos adoptar con ella la misma actitud que respecto a la queimada, disfrutar de la misma muy de vez en cuando que es como se la saborea de verdad. Lo cierto es que uno casi nunca liga nada, pero recrea el ojillo y tiene la esperanza de que haya algo de verdad en esa afirmación de que "siempre ocurre lo inesperado". Ello me ha llevado a meditar un rato, sin mayores pretensiones de profundidad y fortuna, en los términos que a continuación expongo. Aunque a los cincuenta no se tengan las mismas fuerzas que a los veinte o los treinta, la necesidad de amar y sentirse amado pervive en su plenitud. Cuando las rupturas matrimoniales se producen alrededor de esa edad y, como coloquialmente se dice, volvemos estar en el mercado, no hay que dejar pasar el tiempo. Ojo, tampoco los apresuramientos son buenos. Desagraciadamente nuestro horizonte temporal no es el del gigante del relato Micromegas de Voltaire, que se extendía a los diez mil años y aún así se percibía esa larga vida como corta cuando llegaba a su fin. Una vez asumida nuestra limitada realidad temporal, es cuestión de organizarse y ponerse mano a la obra.

En lo primero que hay que hacer hincapié es en tener la fuerza de voluntad necesaria para romper la rutina diaria, repitiéndonos cuántas veces sea preciso aquello de querer es poder y yo quiero. Es posible que aun con esta predisposición de ánimo no encontremos a la persona deseada, pero lo que es seguro es que sin ella nuestra vida sentimental se irá desvaneciendo como un azucarillo. Seguramente el chico o la chica con quien el otro día hablamos no sea lo que buscamos y aquel o aquella que pensamos que podía serlo no mostró por nosotros el más mínimo interés. Pero esto es lo normal y no nos debe desanimar. Ya los viejos proverbios morales de Alonso de Barros nos advertían que la certeza de amor no se alcanza sin gran rodeo. Mientras tanto, no tiene sentido vivir triste o apático hasta que aparezca el hombre o la mujer de nuestros sueños. Esto se ha estudiado con el nombre de síndrome de la felicidad aplazada, que te priva de la posibilidad de disfrutar de las pequeñas cosas. Y no digo con ello que todo valga, ni que arramblemos cada noche o cada mañana con el primero o la primera que nos salga al encuentro. Por supuesto que no. Cada cual puede hacer de su capa un sayo, en su libertad está, pero a la vuelta de la esquina se dará de bruces con el desencanto. Tampoco es lo mejor irse al polo contrario pues pudiera acontecérnoslo que a aquella del refrán que buscando marido caballero le llegaron las tetas al braguero.

Es muy importante que cada cual busque a la persona que entienda adecuada para sí, determinar con claridad desde un principio lo que realmente se desea. La mayoría buscamos la estabilidad, lo que no quiere decir que excepcionalmente puedan tentarnos ciertas paradas y fondas. Por contra, otros, lo que entiendo es un farol, dicen huir despavoridos de la relación exclusiva y única. ¿No será más bien que son conscientes, por razón de su condición personal o por cualquier otra circunstancia, de la imposibilidad de compartir la vida con nadie? La cuestión es que trazado un camino a seguir, seguramente nos encontraremos en su curso en la tesitura de elegir. En este punto solemos hacer honor al dicho de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Nos dejamos llevar en exceso por la belleza y por la ambición. En el primer caso a pesar de ser conscientes de que la belleza, como dice Mercedes Salisachs, se diluye en los razonamientos que el tiempo impone. Y en el segundo, solemos olvidar que aguantar a quien no quieres, y más si es un cretino o una cretina, resulta una carga insoportable. Por algo nos advierten los viejos proverbios mencionados de que no hay muerte más conocida que la del mal casado. En cualquier caso, cuando la elección se produce y antes o después es correspondida, la vida nos está dando entonces una nueva oportunidad. Sepamos aprovecharla, arrojando a lo más hondo todos aquellos sentimientos y recuerdos del pasado que puedan entorpecer un auténtico volver a empezar.