El candidato del pepé a presidir la Generalitat es Francisco Camps. Dirán: pues, vaya novedad. Se creerán ustedes que saben de sobra quién es, pero a la vista de los acontecimientos dudo que alguien lo conozca realmente. Cuando parecía que los asesores o la guardia pretoriana -como más les convenza- habían decidido recluirlo al máximo para que las apariciones extemporáneas no resten, su nombre ha estallado de nuevo desde Finisterre al Cabo de Gata. Y todo porque en un mitin no tuvo mejor idea que soltar lo siguiente cuando hasta el que asó la manteca sabe que al abuelo de Zapatero lo fusilaron en el 36 por mantenerse fiel a la República: "A mí mis abuelos me transmitieron ternura, cariño. La ternura y el cariño que los abuelos transmiten forman parte de la educación esencial de las personas. El Gobierno de Rodríguez Zapatero comenzó con la historia de un abuelo, el suyo, que parece que no le transmitió la ternura y cariño que normalmente transmiten los abuelos a sus nietos". El coordinador del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica ha mostrado su indignación y ha pedido a Camps que rectifique públicamente. Dice condenarlo "en nombre de miles de aquellos niños que nunca pudieron tener lo que tuvo Camps: el cariño y las enseñanzas de los suyos". Con respeto, disiento. Al morir por mantener unas ideas coherentes y cívicas, las enseñanzas llegan. A mi abuelo lo mataron en julio del 36. Era guardia civil. Y, viendo a mi madre, no precisé conocerlo para apreciar integridad. Me aseguran que Rajoy llamó al presidente del Gobierno para pedirle disculpas por las palabras de Camps. Ignoro si es cierto, pero suena factible puesto que entre ellos no existe la tirria que se profesan Felipe y Aznar. El dirigente gallego no se ha cargado aún a Camps porque la escabechina tendría que ser de consideración y eso se digiere a duras penas. Pero, como se descuide, Camps lo entierra con la sobredosis de cariño y ternura que encima le dirige.