No sabemos aún quién será actor principal, quién su director, si será Martin Scorsese el que se atreva con la historia o si Michael Moore decide acometer la segunda parte de su polémico documental "Fahrenheit 9/11", ya saben aquel que logró entrar en las salas de ficción de los cines y en el que el polémico cineasta retorcía unas cuantas vueltas las verdades oficiales del 11-S y, de paso, daba cuenta de las extrañas alianzas entre el lobby del petróleo americano y el expresidente Bush con el entorno del propio Bin Laden y la acaudalada familia real saudí en las horas previas a los terribles atentados contra las Torres Gemelas. De que lo haga uno o el otro dependerá el formato, pero poco más, porque el guión está caliente y espera turno en los hollywodienses estudios de la presidencia americana. Eso seguro. Tanto como que el enemigo público número uno descansa hoy en las profundidades de algún océano según la versión del despacho oval. "Bin Laden, la película" podría ser el título de la cinta, aunque se admiten otros. Pena que sepamos parte del argumento, pena que su final nos haya sido relatado en primera persona por el mismísimo presidente de los EE UU en su mejor interpretación desde que el Yes, we end recorrió el mundo como un calambrazo y le llevó en volandas a la Casa Blanca. Pese a todos estos contratiempos hay tema. Vaya si lo hay. Sólo basta suponer qué podría haber ocurrido si en vez de asesinarle en su guarida de lujo de Pakistán las fuerzas de elite americanas lo hubieran capturado y llevado ante los tribunales. Que, dicho sea sin molestar, es lo que esperábamos de un presidente que llegó tan alto con el mensaje de que habría un antes y un después en la forma de hacer política de los EE UU, del hombre que prometió cerrar Guantánamo y ahí sigue, el mismo que se comprometió al fin del unilateralismo en las relaciones internacionales. Pero entonces, claro, habría que cambiar el título: "Bin Laden, testigo incómodo" podría ser una opción.