Vicente Magro está a punto de cumplir una década al frente de la Audiencia Provincial. Un juez impresiona siempre porque tenerlo enfrente con la toga puesta se las trae, pero él por lo que impresiona en cambio es porque, además de todo lo que hace, también es magistrado. Los ejemplos que pueden ponerse son continuos. El último, este pasado fin de semana. A primera hora del domingo me meto aún con legañas en el correo electrónico y allí anda el ínclito con un artículo enviado de madrugada en torno a la ilusión como factor clave para salir de la crujía. Hay que tener moral. Moral es poco. Me quito las legañas -la moral, cualquiera es el guapo-, me encamino a nadar al gimnasio a la hora en punto en que abren para coger la calle buena, y por la avenida ya diviso a Magro dale que te pego. Cuando uno va, él vuelve. Cuando uno se siente orgullosísimo por levantarse temprano hasta las fiestas para no oxidarse, él te da los buenos días haciendo flexiones antes de que tú bajes del coche. Por esto no voy a abandonar, pero así es muy difícil. Y no quiero ni pensar en la de meses que ha estado yendo a inglés en una academia para poder intervenir en un simposio en Roma. No tiene sentido que lo beafiquen porque ya es omnipresente. Dirán ustedes: "pero en cuanto a escribir...". Ni me lo mencionen. El día que no publica un manual práctico en torno a Seguridad Vial es porque ha preparado una "Guía de problemas prácticos y soluciones del juicio oral" u otra de la ley de enjuiciamiento civil. De ese modo hasta cuarenta y tantos libros jurídicos y más de 600 artículos al "respective", a los que hay que añadir aquellos en los que sugiere la mejor forma de afrontar las fatiguitas, que no es otra que repleto de moral. Están los que han intentado buscar su lado oscuro a raíz de presentarse a las elecciones en el 96 de la mano de Zaplana. Pues imagínense yo después de lo que viene haciéndome. Pero ni siquiera por ahí, porque al año dimitió y es de cajón. Más tiempo al ritmo del Senado, le daba algo.