Tomo prestado del historiador francés G. L. Mosse el término de Brutalización de la política que él aplica al fascismo y a sus dos características principales: la indiferencia ante la muerte en masa y el deseo de destruir totalmente al enemigo. Esto tuvo su expresión práctica en la imposición de un rígido conformismo para integrar al individuo en la colectividad y en la agudización de la actitud maniquea, consistente en profundizar la distinción entre amigos y enemigos, propia de los tiempos de guerra, favoreciendo la creación de estereotipos deshumanizadores. Y qué, me dirán ustedes. Verán, déjenme que les señale que este término, a pesar de ser usado en tiempo de entreguerras, viene apareciendo con mayor o menor empuje, en nuestra escena política española. Si hablamos de estereotipos deshumanizados, lean una recopilación de las cualidades que la derecha ha dicho del presidente del Gobierno español: "su capacidad para el Mal (con mayúsculas) carece de límites, es un tontiloco, sus formas suaves ocultan a un lobo sediento de sangre, es un resentido, un simulador, un visceral con obsesiones políticamente inconfesables, es un inconsistente, un tonto, un inútil, un bobo, un incapaz, un acomplejado, un cobarde, un prepotente, un mentiroso, un inestable, un desleal, un perezoso, un pardillo, un irresponsable, un revanchista, un débil, un arcángel, un sectario, un radical, un chisgarabís, un maniobrero, un indecente, un loco, un hooligan, un propagandista, un chapucero, un excéntrico, un disimulador, un estafador, un agitador, un fracasado, un triturador constitucional, un malabarista, un mendigo de treguas, un traidor a los muertos". ¿Qué les parece? No exagero nada. Además, por si fuera poca la retahíla de adjetivos peyorativos, nuestro molt honorable president, alma limpia, pura y abnegada donde las haya, culminaba la tarta con esta guinda: "Podemos decir que, en el interior de nuestro corazón, anida esa sensación de que yo hice todo aquello que correspondía a un demócrata para que el presidente del Gobierno de España dejara de serlo. Hice todo lo que estuvo en mi mano para que la Comunidad Valenciana se convirtiera, pese a Zapatero, en un territorio de modernidad y futuro, denunciado las malas artes y malas políticas de una mala persona que se llama Rodríguez Zapatero". ¡Ahí es nada! El círculo se cierra sobre el centro de una denominación política, que no es otra, según el historiador francés, que el fascismo.

Se ha creado un estereotipo perverso de una persona, de tal manera que cualquier cosa que ella haga entra dentro de este siniestro diseño. Su aniquilación moral y social es una exigencia de la estrategia. Sólo con su desaparición, los males que asolan a España, desparecerán como por ensalmo; los problemas, tozudos ellos, que permanezcan, serán consecuencia de su paso por el poder, que aún lo mancha con su recuerdo. Pues ya me dirán a qué sabe todo esto. Esta estrategia, tan brutal como antidemocrática, se usa como modelo desde que el ínclito Ansar decidió utilizarla para llegar al poder. Como dio resultado, pues, hala, a seguir con ella, que el fin justifica los medios (¡toma ética!). Y nadie duda de su eficacia, pues hasta los suyos piensan así de Rodríguez Zapatero. Por eso, ZP quedará como icono del desconcierto. Quizás sus ambiciones no hayan estado al alcance de su fuerza. Salió a la ofensiva, abrió muchas líneas de cambio, y hubo de frenar cada vez que las asperezas de la realidad se cruzaron en su camino. De ahí que el desencanto producido haya sido tan profundo. Prometió mucho: un giro en la política internacional, la España plural, la renovación generacional de las instituciones, los valores de la democracia republicana, la modernización de la socialdemocracia y la ampliación de los derechos civiles de los españoles. No pudo hacerlo todo; tal vez ni supo ni le dejaron. Pero no conozco a ningún presidente de gobierno omnipotente. Pero sí ofreció a sus "enemigos" la imagen necesaria para hacer de él lo que les hemos contado: la imagen nefasta de su poca valía humana, de la ineficacia y de la maldad. Menos mal que esos enemigos políticos se declaran y manifiestan como católicos creyentes, practicantes y llenos de amor al prójimo. Menos mal.