A lo largo de la historia, se han ido asentando conceptos que todos consideramos básicos para entender el porqué de las cosas. Pero el hecho es que, sobre arte, la opinión de la mayoría no es un argumento autorizado, incluso es contrario al juicio de los técnicos expertos. La Capilla Sixtina sería un ejemplo de consenso universal, pero ¿quién entiende la obra ingente de Miguel Ángel, su visión espacial, su concepción de la arquitectura y del volumen, incluso su poesía? Estoy segura, que muy poca gente. Pero una cosa es la falta de consenso y, otra, hacer de la falta de información el sistema imperante en la cultura de nuestro tiempo. Qué se puede hacer cuando vemos tantos ejemplos de desinformación, de falta de coherencia, en las acciones "culturales" que se llevan a cabo desde las instituciones. Podemos preguntarnos con toda legitimidad qué hacen las esculturas de Víctor Ferrando en la Universidad y en el centro de Alicante. Obras carentes de concepción escultórica, que inmersas en una estética de decorados de película de ficción, su falta de argumentos plásticos ni siquiera nos permite verlas como fragmentos significativos de algo. Todos conocemos algunas piezas que se han colocado, sin ninguna consideración fundamentada, en San Vicente, Elche, Sax,É, que provocan la crítica más encendida. Cómo no nombrar el monumento al soldado de la Plaza del Mar, que junto con la de Ripollés, un remedo pobre de Miró, desvirtúan la potente imagen de la casa Carbonell y ridiculizan una de las zonas más emblemáticas de Alicante, con esta estética kitch, fuera de los tiempos. O la escultura de Ibarrola, en los jardines de Diputación, una pieza que alude a las víctimas del terrorismo, pero cuyas formas están al servicio de una abstracción, que no define ni reclama una toma de postura firme en el espacio.

Ante la falta de información, la valoración del arte será siempre una incógnita. Siempre estará lo de "para gustos colores", por lo que no sólo vale la sensibilidad, o la referencia a un currículum, muchas veces inflado o consecuencia de intereses ajenos al arte, hay que dar al publico la información artística que ha determinado la ubicación de una obra en un espacio público. La obra se vale por si misma si posee valores artísticos.

La actuación cultural en una ciudad debe basarse en un programa. Es decir, en una elección consensuada, según unos criterios que comprendan la experiencia de diferentes críticos y especialistas, que abarquen un amplio registro, para no caer en lo exclusivo ni discriminatorio. Un programa, que a su vez, lógicamente, conllevaría una didáctica, que iniciaría al público mayoritario en la crítica y en la contemplación de los valores del arte y su disfrute. Pero ahora estamos ante algo impenetrable, ante una serie de acciones arbitrarias que responden al capricho sin sentido de las instituciones.