Su muerte es una buena noticia para el mundo y un éxito para los EE UU, empeñados desde el 11 de septiembre de 2001 en buscar al culpable de aquellos brutales atentados terroristas que nos hicieron a todos sentirnos americanos en el horror y la solidaridad con las víctimas. No fueron los únicos sino los más graves de una larga lista de crímenes -llevados a cabo unos, dirigidos o inspirados otros- que pasaba por Yemen, Bali, Dar Es Salaam, Nairobi, Riad, Bagdad, Estambul y que luego lo haría por Túnez, Casablanca, Londres y Madrid dejando a su paso una estela de dolor inútil. Podrían haber sido más de no haber habido suerte (vuelo 253 de Northwestern) o éxitos de los servicios de inteligencia (aviones de carga entre Dubai y Londres) que casi nunca se hacen públicos.

Todos recordamos dónde estábamos aquel lejano día de 2001 y eso es prueba del profundo impacto que nos causó ver desmoronarse ante nuestros ojos incrédulos a las torres neoyorquinas, un acontecimiento que marca el comienzo del siglo XXI de igual forma que la caída del muro de Berlín señala el fin político del siglo XX.

Se ha hecho justicia. El presidente Obama informó al país por televisión y la noticia fue recibida con júbilo y espontáneas manifestaciones a media noche frente a la Casa Blanca o frente al agujero antaño ocupado en Nueva York por las Torres Gemelas del World Trade Center. No es para menos. Bush prometió perseguir hasta el fin del mundo a los autores de aquellos crímenes "vivos o muertos" y Obama ha cumplido el objetivo, algo que no solo reafirma su firme compromiso con la seguridad frente al terrorismo -a veces puesto en duda por la oposición- sino que aumentará sus índices de popularidad y le dará réditos electorales con vistas a la cita de noviembre del año próximo, porque en un país donde la crisis económica ha creado profundas divisiones políticas esta noticia ha sido recibida con alborozo por todos, reeditando de alguna manera el espíritu de unidad de 2001, aquel "United we stand" con el que los americanos respondieron de manera ejemplar frente al brutal atentado.

Un presidente Obama que al hacer pública la noticia ha recordado también que nadie está en guerra con el Islam, como ya dijera en sus discursos de El Cairo y de Estambul, en un intento de evitar la respuesta de Al Qaeda a la eliminación física de su jefe. Es seguro que el sucesor de Bin Laden, el cirujano egipcio Ayman Al-Zawahiry intentará vengar su muerte aunque otra cosa es que lo consiga porque Al Qaeda ha sufrido mucho en su logística y comunicaciones durante los últimos años y sigue viva más como idea, como franquicia, que como estructura. Pero la verdad es que no ha parado de intentarlo durante todos estos años y si no lo ha conseguido no ha sido por falta de ganas.

Al Qaeda tendrá ahora que hacer frente al duro golpe de la desaparición de su líder carismático al mismo tiempo que el mundo árabe se debate en una revolución de incierto resultado pero en la que ella no ha tenido ninguna participación pues se ha visto desbordada por unas revueltas que ni diseñó ni ha podido dirigir. Aún así lo ocurrido ayer no es el fin del terrorismo porque es seguro que algo intentarán aunque solo sea para dar moral a sus seguidores que sin duda habrán acusado el duro golpe de la desaparición de su mítico jefe, un jefe que escapó del cerco de Tora-Bora a fines de 2001, cuando parecía imposible, y que llevaba diez años burlando a los operativos de la CIA que lograron por fin encontrarle y acabar con él en una clásica operación de servicios secretos. Seguro que alguien hará una película con esta historia porque lo ocurrido va con el espíritu americano que encaja si no tiene más remedio pero que siempre acaba dando el último, una película como la de Pearl Harbour donde tras ser atacados a traición acaban devolviendo la bofetada con unos aviadores heroicos que bombardean Tokio en una misión desesperada.

Al no poder capturarle vivo, que hubiera sido una fuente de problemas sin fin (Guatánamo), los americanos le han dado sepultura en el mar para no crear un lugar de peregrinación futura de los radicales del mundo entero. En el fondo -y nunca mejor dicho- seguramente ha sido mejor así.

Otro dato interesante es que Osama residiera en Islamabad y no donde se le suponía durante muchos años, en las áreas tribales de Waziristán, con apoyo talibán. EE UU ha resaltado la colaboración pakistaní para el éxito de esta operación y esto tendrá sin duda efecto positivo en las complicadas relaciones con este país.

Descanse en paz quien tanto sufrimiento de inocentes ha causado a lo largo y ancho de un mundo que será un poco mejor sin su presencia.