No es nada secundario que el lenguaje muchas veces nos coloque a las mujeres en un lugar secundario" dice una de las inconfundibles mujeres de las viñetas de Diana Raznovich. En otra un hombre sonriente le dice a una mujer "Es que los hombres somos el todo y las mujeres sois una parte del todo". Y en otra más se ve a dos mujeres que sostienen el siguiente diálogo: "Me han dado una lista de "alumnos matriculados" en la que la mayoría son alumnas". "A mí me han citado a una "reunión de profesores" en la que sólo había profesoras". Todas ellas forman parte de la exposición. "¡No tiene nombre!", enmarcada en la campaña por el Lenguaje para la Igualdad en la Comunicación (LIC), que el Centro de Estudios sobre la Mujer de la Universidad de Alicante presentó en marzo de 2008. Desde entonces esta exposición no ha cesado de itinerar por diversas instituciones tanto públicas como privadas y la lista de reservas es larga. Y es que, con humor, estas viñetas explican la injusticia que supone hoy seguir usando un lenguaje del que nos servíamos en tiempos de discriminación, apartamiento, prohibiciones, privaciones y negación de la ciudadanía, de la educación y de los cargos y oficios para las mujeres. El empeño en que el lenguaje nombre a las mujeres no es, pues, como sostienen muchas personas, algo políticamente correcto vacío de contenido. No es un ornamento ni mucho menos una hueca revolución estética.

Cuando en 1789 se proclamó en la Francia revolucionaria la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se excluyó a las mujeres de la misma. El título de la famosa declaración de derechos decía exactamente lo que quería decir: sólo los varones eran los sujetos de estos derechos. Cocinar y coser han sido tareas desempeñadas secularmente por las mujeres en el ámbito doméstico que no merecían valoración. Cuando se "profesionalizan" y se convierten en una pujante actividad de mercado, quienes las desempeñan con más reconocimiento social son hombres y no se hacen llamar cocineras y modistas, sino cocineros y modistos. Hasta no hace mucho periodistas, policías o taxistas eran profesiones desempeñadas exclusivamente por varones (qué decir de futbolistas), así que ningún sentido tendría "masculinizar" los términos, como algunos insisten en hacer con el único objeto de burlarse del lenguaje inclusivo y lo que ello significa en términos de igualdad. Son como ese hombre que aparece en otra viñeta de la exposición citada y que dice: "Si el lenguaje cambia tendremos que cambiar nosotros también y eso es impensable". Y es que hay todavía mucha gente que se resiste a asumir los avances que hemos logrado las mujeres.