Con demasiada frecuencia leemos y oímos noticias dispares respecto al gran hospital de Torrevieja. Por un lado, quejas de algunos pacientes que han sufrido experiencias dolorosas y trágicas y que achacan a un mal tratamiento al paciente; por otro, aparecen con cierta asiduidad referencias a la "excelente gestión" del hospital y a los premios que por ello recibe. Pese a que lleva poco tiempo funcionando ya es visible en su entrada una vitrina llena de placas y otros galardones recibidos por esa "excelente gestión". Y es creíble y no tienen porque estar reñidas una mala atención al paciente con una "excelente gestión". Todo lo contrario. Entre otras cosas porque una empresa privada (y el hospital de Torrevieja, no lo olvidemos, es de gestión privada) mide la excelencia de su gestión en función de sus beneficios económicos. Y punto. Lo demás, en este caso la atención a los pacientes, es harina de otro costal.

Para que todos los que lean este escrito lo entiendan mejor voy a contarles un caso real, reciente y que no me lo han contado. Lo sufrió el que suscribe hace tan solo unos días.

Con tres semanas de antelación me dieron cita para la realización de una prueba de radiodiagnóstico, un TAC. Acudí un cuarto de hora antes de la hora citada, las nueve de la mañana, y tras pasar por el mostrador de admisión me indicaron que esperara en un pasillo. En ese momento había dos pacientes más que estaban citados para las nueve y cuarto y las nueve y media, respectivamente. A las diez, uno de ellos, cansado de esperar y enfadado porque nadie apareciera a darnos explicación alguna, decidió marcharse. Mientras tanto otros pacientes habían ido llegando. Pero allí nadie salía ni a llamar, ni a explicar, ni a nada.

A eso de las once (dos horas después de la primera cita) apareció alguien con bata blanca que sin identificarse ni traspasar la entreabierta puerta se limitó a decir que iban a comenzar a atender a todos empezando por el primero (un servidor). Cuando alguien preguntó el por qué del retraso la señora de la bata blanca y la puerta medio abierta, o medio cerrada, se limitó a contestar que "es que ha habido una biopsia y cuando hay una biopsia se para todo lo demásÉ" (sic).

Pocos minutos después salió, por fin, una ¿enfermera? (allí nadie se identifica ni porta identificación alguna) y me entregó un vaso de plástico y un frasco con un líquido del que debía tomar pequeñas dosis disueltas en agua en seis intervalos de diez minutos. Le pregunto por el agua y su respuesta fue rápida y tajante:

- El agua se la compra usted o la coge del grifo. Dos a cero, pensé. Primero no te hacen caso durante dos horas y luego te dicen que parte de la prueba te la costees tú.

Pero como la mañana no estaba destinada a ser "excelente", pese a que el día estaba radiante y soleado, todavía quedaba una prueba definitiva más que iba a poner en evidencia lo de la "excelente gestión" (a estas alturas ya tenía claro que allí de lo que se trata, antes que nada, es de ahorrar y, en consecuencia, aumentar los beneficios económicos. A eso de las doce y unos pocos minutos (más de tres horas después de la hora de la cita) me llaman para que entre en el espacio donde se ha de realizar la prueba con la máquina esa que comúnmente llamamos del "donut". El paciente debe colocarse tumbado en una plataforma de plástico rígido y apoyar la cabeza en un "reposaidem" forrado con una esponja. Casi todos nosotros hemos tenido que tumbarnos en camillas de hospital alguna vez. Y si no recuerdan mal, se acordarán de que por norma general cubren la camilla con una especie de sábana de papel o similar. Cosa normal en un hospital donde cada uno y cada una acudimos con nuestra personal dolencia o enfermedad. Pues aquí no había cubierta ni protección alguna. Pregunto si no debería haber alguna protección entre mi cabeza y la zona donde debo apoyarla y por toda respuesta escuche algo así como "no se preocupe usted porque hay una esponja blandaÉ".

Blanda y sucia -pensé. La esponja que originalmente debió ser blanca, presentaba un aspecto entre grisáceo y verdoso con algún pequeño rodal amarillento.

-Me refiero -dije- a que debía haber una protección para no tener que apoyar mi cabeza donde otros pacientes la han apoyado antes. Pacientes de los que desconozco si padecen algún mal o herida que afecte a su cuero cabelludo y, con un poco de mala suerte, se trasmiten al mío.

Esta vez la respuesta fue más explícita si cabe.

- Aquí conocemos el historial de todos los pacientes y revisamos por si tienen alguna llaga o herida en la cabeza. Además, añadió, las señoras limpian todos los díasÉ

Como a esas horas mis fuerzas ya estaban escasas, me tumbé y dejé que me comiera el "donut".

Luego, a eso de las doce y pico (casi cuatro horas después), tras pasar por el servicio de "Atención al paciente" y presentar la oportuna reclamación, me alejé lentamente camino del aparcamiento. ¿Para esto peleamos tanto? ¿Para que ahorren a costa de nuestra salud?