T emía estar viendo «El alma de los verdugos», el documental de Vicente Romero y el juez Baltasar Garzón , que La 2 emitió el martes, y perderme «Sabías a lo que venías», que La Sexta estrenó la misma noche y casi a la misma hora, con Santiago Segura en su faceta de presentador. El señor Segura dijo que había que añadir acciones visuales al contenido del programa porque si no parecería un programa de radio. Para que no fuera radio, Íker Casillas botó una naranja con el pie a ver cuánto aguantaba sin llegar al suelo. No sé si en esa acción había que partirse el culo de la risa, sonreír a medio gas, o esbozar, sin lugar para la duda, un gran bostezo. Y así todo el rato. Peor de lo que barruntaba. La primera entrega fue un programa sin alma. Así que el mando me llevaba sin remedio a La 2 aun sabiendo que la tarea de encontrarla en los verdugos argentinos tampoco era fácil.

La novedad del documental, tratando de no olvidar los años de terror de la dictadura en Argentina, no llegó de los datos objetivos que aportaba sino de los recuerdos, apenas filtrados por el tiempo, de las víctimas, tratando de indagar en algo que da náuseas. Nadie puede alcanzar una erección porque se lo mande un superior, decía una mujer sobre la que algunos sicarios de aquella pesadilla al servicio de una ideología de extrema derecha, económica, social, y religiosa, eyaculaba de vez en cuando. ¿Disfruta un torturador, está convencido de que sus fechorías son legítimas, es un sicópata, tiene alma Uno de ellos le preguntó a una mujer si sentía odio después de ser torturada. Ni odio ni venganza, le respondió, sólo dolor. También hablaron algunos abogados defensores, que, sin alma, exculpaban el horror diciendo que eran buenos padres de familia. Buen chiste, Segura.