L a noticia de la concesión este año del Premio Nobel de Medicina y Fisiología al profesor Robert Edwards, tiene algo muy especial: será conocida por más de cuatro millones de seres humanos, que jamás hubieran existido sin él.

En palabras del propio Comité Científico, el premio Nobel reconoce no sólo el gigantesco avance que ha supuesto para la atención médica de más del 10% de la población mundial, sino además la capacidad de lucha y tenacidad ante el aluvión de criticas que el doctor Edwards ha ido recibiendo desde el inicio de sus trabajos hace más de 50 años y que aún continúan desde posturas obtusas e integristas, y haber resistido sin apartarse de la línea de sus trabajos.

Como fuente de su enorme potencial investigador, el doctor Edwards, se fue pertrechando de extensos conocimientos en investigación básica, experimentando en diferentes especies animales, preparándose para afrontar su objetivo: la fertilización extracorpórea en la especie humana con la obtención de embriones viables que dieran lugar al nacimiento de niños completamente sanos. Por el camino fue salvando obstáculos y descubriendo que los ovocitos humanos, se podían madurar fuera del ovario y ser fertilizados, aunque los embriones obtenidos no sobrevivían más allá de 48 horas. Demostró su perseverancia, cuando precisó más de 100 intentos, sin observar ningún avance, hasta descubrir que el efecto pernicioso de ciertas hormonas utilizadas sobre la implantación era el responsable de los fracasos.

En 1976 consiguió la primera gestación evolutiva y como una burla del destino, acabó en un embarazo extrauterino y por tanto no viable.

Tuvo con su colega el doctor Steptoe que continuar con sus trabajos durante otros dos años más hasta el nacimiento del primer ser humano concebido extracorpóreamente, Louise Brown en 1978, prácticamente a escondidas. Cuando visité su clínica de Bourn Hall, me sorprendió lo distante que está de cualquier ciudad, es una vieja residencia nobiliaria del siglo XVIII, en medio de la campiña inglesa; el director actual, doctor Matews, me explicaba que aquí tuvieron casi que refugiarse huyendo del alud de críticas y obstáculos que recibían, para poder continuar con sus trabajos... Hasta aquí todo muy médico, muy científico, y lamentablemente no muy distinto del camino de incomprensión recorrido por otros premios Nobel, como ejemplo el de Marie Curie que repitió los experimentos que le llevaron a descubrir las propiedades del radio tras más de 300 intentos llevados a cabo entre la incomprensión y la burla de sus sapientísimos colegas, en un frío, destartalado y ruinoso almacén en las afueras de París.

También, el profesor Edwards posee la humildad del genio; todos los que hemos tenido la suerte y la oportunidad de compartir su tiempo con él, hemos recibido el influjo de su calidez y proximidad humana.

Pero a mi juicio lo más destacable es el enorme impacto que sobre la sociedad humana y sobre el planeta está causando el desarrollo de la fertilización in vitro.

Y ello no sólo porque permite tratar las enfermedades de la fertilidad, que afectan a más del 10% de la población mundial, sino aliviar la profunda alteración emocional que produce a los individuos, a las parejas y al entorno socio-familiar, sufrimiento que difícilmente comprende quien no vive estas situaciones. Ya en algunos países como Dinamarca y Holanda, donde estos tratamientos son mucho más accesibles que en otros países, más del 10% de la población nace a consecuencia de tratamientos de reproducción asistida.

Por si no fueran suficientes motivos, la fertilización in vitro más allá de sus indicaciones terapéuticas, nos ha supuesto un nuevo y tempestuoso caudal de conocimiento. Podría decirse que los métodos diagnósticos y de tratamiento hasta la FIV, hoy se ven como antidiluvianos. ¡Qué poco era lo que podíamos hacer para remediar la mayoría de los problemas de esterilidad hasta la década de los setenta!

Recuerdo en mis primeros años de formación, como los departamentos de esterilidad de los hospitales eran ocupados por pocos y a menudo incomprendidos entusiastas que se dedicaban con mucho más empeño e interés que eficacia, a resolver los problemas de esterilidad. Eran tiempos en los que resultaba mucho más brillante social y profesionalmente dedicarse a otros aspectos de la Ginecología que conllevaban mayor porcentaje de éxitos.

Recuerdo, cómo los familiares de los primeros pacientes, que confiaban en nosotros para llevar a cabo un fertilización In vitro, les advertían de tantos y tantos supuestos peligros que acechaban; recuerdo asimismo los furibundos ataques de ciertos sectores, tildándonos de aprendices del diablo y alguna que otra barbaridad de esa calaña.

Hoy, más de cuatro millones de niños nacidos son la incuestionable evidencia de la bondad del método.

Los problemas que pudiera traer la fertilización in vitro no vienen de la técnica en sí, sino del uso que de ella se haga: exactamente igual que en las otras parcelas del conocimiento humano.

Estemos alertas por ello y felicitemos al profesor Edwards por su merecidísimo, aunque a mi juicio tardío, reconocimiento.