Mario Vargas Llosa visitó por primera vez la Casa Museo Azorín de la CAM en Monóvar en el verano de 1993. Eran por entonces días de mucho calor, motivo por el que incluso se le invitó al escritor peruano a posponer en meses venideros aquella cita cuando llamó su biógrafo. Pero fue en ese instante cuando el autor de Conversación en la catedral tomó el teléfono y dijo: "Hola, soy Mario Vargas Llosa. ¿Cuándo podría conocer la casa y biblioteca de Azorín?". "Cuando usted quiera". "Pues mañana". Y así fue.

Vargas Llosa pasó algo más de cuatro horas recorriendo el hogar de José Martínez Ruiz, y parecía no fatigarse nunca, según relatan las personas que le acompañaron. Era como un niño rodeado de caramelos, sólo que éste no cesaba de preguntar: religión, manías, pautas de trabajo, vida familiar, la vieja máquina de escribir, sus epístolas con otros escritores, sus cuadrosÉ Quizás el momento más íntimo fue cuando le entregaron la llave que abre la biblioteca azoriniana que contiene miles de volúmenes del maestro de Monóvar. Libros de un valor incalculable, no ya por su antigüedad, sino por las entrañables dedicatorias que amigos como Ortega y Gasset, Pío Baroja, Valle-Inclán o Gómez de la Serna sellaron en sus páginas.

A Vargas Llosa se le veía especialmente emocionado, y conforme aumentaba su sed de conocimientos, acortaba los silencios protocolarios entre pregunta formulada y respuesta recibida. Resultó muy difícil despegarle de la casa, de los libros y de las dudas que se le amontonaban cuando llegó la hora de la comida. Fue entonces cuando la mujer de Mario Vargas Llosa desveló, pegada al oído del director del museo, uno de los secretos más apreciados por todo escritor: "Que sepa usted, don José, que Mario siempre guarda un libro de Azorín en su mesilla de noche".

Sin embargo, la mayor sorpresa no estalló hasta que Vargas Llosa, con un tono de voz pausado, como requiriendo intimidad, soltó una de las cuestiones que más le preocupaban desde que pisó Monóvar: "¿Y por qué Azorín no tuvo hijos?", preguntó en alto.

Según reconoció, Vargas Llosa andaba por esos días obsesionado por la sexualidad en Azorín y Borges, una temática que consideraba necesaria para conocer la vida de un escritor. Sea como fuere, lo cierto es que el sexo es un asunto muy recurrente en las novelas de Vargas Llosa. Obras como El paraíso en la otra esquina o Travesuras de la niña mala ahondan precisamente en esta cuestión. Pero aún hay más, porque el escritor peruano tuvo un extraño matrimonio al casarse con una prima hermana suya, algo no muy habitual.

"Afuera de la maciza casa de piedra con balcones y cancela de hierro, a la que se asocian más de treinta años de vida de Azorín, arde un sol de espanto que amenaza con incendiar el pueblo levantino y abrasar los limoneros y las barras de contorno y convertirnos en llamas a sus visitantes. Mis acompañantes sudan la gota gorda y están a punto de desplomarse, deshidratados y exhaustos. Pero José Payá Bernabé sigue, incansable, mostrando repisas y sillones, explicando cuadros, desvelando antiguallas, glosando cartas, señalando bastones y chisteras y yo, fiel y próximo como su sombra, no pierdo sílaba de lo que dice", escribió Vargas Llosa tras su visita en el periódico El País y La República de Roma.

Con todos los misterios que encerró su visita a la Casa Museo Azorín de la CAM en Monóvar, en 1996 todos ellos se destaparon cuando se descubrió que su discurso de ingreso a la Real Academia Española se lo dedicó al autor de La Voluntad con palabras como estas: "La Ruta de don Quijote, de Azorín, es uno de los más hechiceros libros que he leído. Aunque hubiera sido el único que escribió, él sólo bastaría para hacer de Azorín uno de los más elegantes artesanos de nuestra lengua".