Aprovecha el ritual del amor ahora, que Francisco Dorado te está esperando. Lo dice una mujer de voz susurrante, melosa, subrayada por una música como de misterio de película b. En la pantalla se ve a Francisco, un tipo con barba, despechugado, con una camisa sin cuello, abierta, supongo que para que se vea la pelambrera de su pecho y los abalorios que le cuelgan. Se ven más cosas. En la pantalla, en realidad, no cabe un alma. Por la parte inferior corren que se las pelan las frases con lo que te costará que Paco el amoroso te atienda en directo. Además, en cada esquina, en ventanitas pequeñas, se ven a dos risueñas telefonistas que atienden en privado como Belén y Sandra. Son las que más me interesan, aunque Francisco tiene su punto. Belén, en la ventanita derecha, no para de sonreír. Nadie llama, pero ella sonríe. ¿De lo que ve, de lo que oye?

La otra, Sandra, es más alpargata, quizá porque a su edad se está de vuelta de todo. Lo de Francisco Dorado, como comprenderán, es caso aparte. Habla a sus clientas con una letanía del tipo, cariño, cielo, mi vida, y les insta, pero sin que rechisten, a que lleven ropa roja -¿braguitas y tal?- hasta que llegue a sus vidas el hombre que esperan, y ojo, muy importante, cuando ese hombre llegue a tu cama, no lo olvides, pon pétalos de rosa en las sábanas, y si no, debajo de la cama. ¿Demasiado cursi? No se lo parece al maestro del amor, que concluye el ritual escribiendo el nombre de la víctima en un papel, que lía y arruga con pétalos dentro de un cuenco de metal. El sahumerio y la hilaridad alcanzan tal punto que Francisco el amoroso dice que él jamás corta flores sin pedirles permiso, y que se tira dos lunas preparando el circo. La cita desquiciada, en Veo 7. Manda huevos.