Hasta hace dos días, Zapatero-si no siguen leyendo lo comprendo- no quería ni oír hablar de una reforma laboral del sesgo que unos cuantos le reclamaban. Al poco de haber expresando esa firme convicción, Europa le dijo que se dejara de gaitas y cogió la bandurria para disimular la letra. El Gobierno ha puesto en danza una fórmula de relaciones en la empresa por la que no apostaba su presidente y los más interesados en ella se lo han agradecido de inmediato. La patronal, por ejemplo, ha dicho que no le sirve para nada. Que la iniciativa es ambigua porque los jueces aún tienen la última palabra y que así no vamos a ningún lado. Que lo que hay que ir es en corto y por derecho. Como el pepé. Que es quien venía reclamando la reforma pero que si, llegado el trance, lo más interesante es votar que no por principio pues se vota. Lo importante es que el otro se consuma para lo cual tampoco sería necesario, digo yo, exprimir en cada envite. Los sindicatos expresan, por supuesto, que toda esta derivada es una barbaridad mientras que los nacionalistas están y se les espera para ir preparando exclusivamente sus guisos. De este modo no cabe duda que se alcanza lo que todo el mundo viene señalando como vital para poder remontar: confianza. Cuidadín, no obstante. Tampoco es bueno pasarse de confiados. Lo que más impresiona no es la capacidad de improvisación dentro de un asunto capital ni que el gran patrón de nuestros gestores públicos saliera encima ayer a explicar lo que se viene haciendo. Ni siquiera sobrecoge que el presi haya dicho que no se va a tomar vacaciones cuando los especialistas coinciden en que éstas son necesarias para soltar lastre y recargar pilas. No. Por lo que a la tierra respecta, lo chocante es que los datos de un sondeo salgan con que éste es uno de los lugares donde más y mejor se hace el amor. Es lo bueno de que sirva cualquier postura.