No pretendo con lo que me pongo a escribir una comparación malsana, ni pretendo menoscabar la poesía de Miguel Hernández, referida al "Niño yuntero", más bien al contrario. Valorar la entrega y el sacrificio que millones de seres humanos hacen por amor a la sangre de su sangre y que con su poesía Miguel ya explica que se hacía por el sistema de explotación del ser humano imperante en aquella época. Ahora, el egoísmo que subyace en el alma de los que no vivieron aquella lamentable etapa, unas veces por necesidad y otras abusando del cariño que la sangre despierta y consagra en el puro amor de los abuelos hacia sus descendientes, convierten a muchísimos mayores, con un fuerte e ineludible componente de obligación, a renunciar a su propia vida íntima y privada, para cuidar, mantener y hasta suplir en todo a sus propios hijos en la educación y formación de sus nietos.

Ésto resulta en muchas ocasiones bastante agradable, llegando incluso a producir en los mayores un estado de felicidad apreciable, si no fuera porque el ser humano tiende a seguir su libre albedrío y cuando se da cuenta de las obligaciones que ha adquirido ya no se puede librar de ellas por la propia inercia que la costumbre que hace de normas y obligaciones un ineludible cumplimiento.

Ésto, que está hecho con mucho amor, me sugiere aquellos maravillosos títulos de unas inolvidables partituras musicales, escritas por un niño, que me sorprendieron muchísimo y que a la misma edad en las que el autor las compuso, pero ciento cincuenta años después, yo las interpretaba en la banda de música de Orihuela. Se trata nada más y nada menos que: "Los esclavos felices", inspiradísima partitura de Juan Crisóstomo de Arriaga, compositor vasco que no llegó a cumplir 20 años de edad y que dado mi especial espíritu libertario, por mas que leía el dichoso título, no lo entendía y me preguntaba constantemente: ¿Cómo los esclavos pueden ser felices? y, claro, no llegaba a comprenderlo.

Cuando el maestro puso en los atriles esta gozosa partitura fue cuando empecé a intuir la posibilidad de esta enorme incongruencia, pero cuando la interpreté hasta yo mismo sentía que eran aquellas notas y las preciosas melodías y armonías las que podrían conformar y hacer feliz a un esclavo. Ahora, ya bien mayor y viendo yo mismo que en gran medida me encuentro también desfilando en ese ejército de "esclavos felices" que somos los abuelos, ya casi comprendo la enorme diátriba en la que se pudo encontrar el compositor, no ya con la música que escribió, sino en ponerle tal título hace ya mas de 200 años siendo él tan joven.

En la poesía de Miguel Hernández se describe como pagó al "Niño Yuntero", amén de la "corona del sudor", el de algún "mendrugo"; en este caso, de un menguado "mendrugo" de amor, que muchas veces es el salario que llegan a recibir estos "abuelos yunteros" si tienen suerte.

También el mismo compositor describió en otra composición, a la que tituló: "Nada y mucho", otra nueva y enorme contradicción que parece descubrir una forma de pago que reciben quienes siendo "esclavos felices" se conforman con "nada y mucho". Estoy seguro que estos "abuelos yunteros" sólo quieren un poquito más de amor y comprensión; he tardado casi 60 años en entenderlo gracias a este niño grande de Juan Crisóstomo de Arriaga, niño porque murió siéndolo y grande porque hizo grande la música vasco-española a nivel mundial.

Es posible que algún día se haga una ley en España que reconozca el valor silencioso de este potentísimo motor que es el que suple las enormes incongruencias de que aun estando los "abuelos yunteros" fuera de lo que se le llama productividad, les sea reconocido, que gracias a ellos y sin duda alguna, se mueven las poleas de este país para que siga andando, conformándose con ser "esclavos felices", por un salario de "nada y mucho". Por favor un "mendruguito" de amor para "Los Abuelos Yunteros".