Lo mejor de la "Noche de la Economía Alicantina", que en gloria esté, fue el sitio. Al Panoramis están intentando revitalizarlo. Para ello, parece ser que la Autoridad Portuaria desatascó algún que otro litigio que ahogaba el invento. Por un lado, más que sale Campoy para bien. No es que esté de moda, es que el hombre aparece incluso en "Diez minutos". Y el que se ha puesto manos a la obra para intentar devolver la respiración a este rincón es Antonio Arias. Como digo, lo mejor de la noche fue el panorama. Me refiero a la vistas, naturalmente. Del desarrollo del acto llevo años reservándome por prudencia opinar sobre un aspecto, pero no puedo más. Es que sufro. Y es tan simple como esto: ¿No sería posible situar a los premiados en las cercanías del entarimado? La escena se repite edición tras edición. En la más reciente, una de las galardonadas ha de atravesar el local, con el traje de noche y sus tacones a los acordes del "Pompa y circunstancia", la marcha de las graduaciones. Y, mientras llegaba a graduarse, allí estaba en esta ocasión sobre el escenario Ripoll, al que la espera debió hacérsele eterna dado que para mucha exhibición no parece momento. Tanto no lo es que, el espíritu del cónclave, se resume en esa instantánea que no ha pasado desapercibida. Camps rodea la mesa presidencial y los ojos del presi de la Dipu sufren de pronto un estrabismo descomunal tendente a seguir los movimientos a su espalda. Una vez superado el trance, los ojos volvieron a su sitio. La que no pudo hacerlo fue una asistente que acabó en el hospital, víctima del bochorno. No era para menos. Sin embargo, durante esa semana tuvo lugar en Lucentum una cita con jazz de altura y, como lo que se propone sobre el escenario influye en el ambiente, parecía que los romanos le habían dado hasta al aire acondicionado. O igual fue el Síndic Cholbi quien vino en auxilio que, como saben, es para lo que está, lo demuestra cada vez que hay ocasión y además es anterior. En este caso, a los cartagineses.