Diez años se han cumplido desde que Zapatero cogió las riendas del centenario PSOE; diez años de una travesía entre un origen cierto y un futuro ignoto para cualquiera que se atreva a vaticinar el destino de dicho partido y de España. Las previsiones son imposibles cuando el mentado homenajeado no acaba de definir la izquierda y la derecha y ubicar sus actos en una u otra posición. En sus discursos, tales son conceptos que varían de sentido ajustándose a su voluntad, cual sucede con la ética colectiva e individual, que él quiere abanderar con el talante arrogado de quien se considera en posesión de la legitimación para determinarla. Nada diré de su talante, si bien aconsejo acudir a los diversos escritos que sobre él se han cerrado, ya que constituyen retratos fidedignos delineados por la legión de afectados por sus "convicciones".

Ha sido un mal presidente, sin ideas propias definidas, excesivamente relativista y adaptable a las circunstancias del momento y del lugar, para lo que no tiene empacho en transmutar conceptos y valores perfectamente definidos en otros diferentes, lo que hace sin rubor y sin explicación, bastándole al efecto su voluntad que considera absoluta. Es de izquierdas un día bajar impuestos, para, al siguiente, serlo el subirlos. Es de izquierdas un día defender las pensiones y jurar en arameo no rebajarlas, para congelarlas en pocas horas, ampliando la edad de jubilación, el tiempo de cálculo de las pensiones, etcétera. Todo es como a él le parece y no tiene empacho en conceptualizar una cosa de una forma y de la contraria, ante el asombro de muchos y el aplauso enfervorizado de unos pocos entregados o temerosos de la limpieza étnica de todo aquel que no supere el test que impone cuyo contenido no se sabe si es intelectual o de actitud o sumisión.

Ahora, sin tapujos ni excusas, está aplicando una política económica claramente de derechas, sin que le pese afirmar con plena convicción e irresponsabilidad, así como falta de prudencia, que ésta es la única posible. No es consciente de que con estas palabras está anunciando el fin de la socialdemocracia, su incapacidad de proporcionar respuestas válidas, refugiándose dogmáticamente en la verdad única del mercado y del capitalismo menos humano. Se ha pasado tanto en la defensa de sus medidas, innecesarias pues había otras partidas de donde obtener fondos, que al final tiene que proclamar el fin y la inutilidad de la izquierda. Y a esta tarea de reconvertir nominalmente, a guisa de engaño, lo que siempre fue de derechas en izquierda se ha empeñado, enterrando el estado del bienestar poco a poco, como es posible ver en una educación que naufraga, en una sanidad cada vez menos atendida, en una Universidad plagada de discursos, pero entregada a la privatización en el futuro. No le duele aseverar que los ciudadanos han de pagar los servicios que utilicen, carreteras, médicos, medicinas, justicia, estableciendo tasas al efecto. Decisión que obvia que ya los pagamos con nuestros impuestos cuyo destino no aclara, pero que mucho me temo se invierten en el despilfarro absoluto de una clase política que ha engordado hasta la nausea.

Zapatero nunca fue un socialdemócrata, más bien un liberal social del que no cabía otra cosa que esperar el desmantelamiento del estado del bienestar de forma ordenada. Lo dije en estas páginas hace tiempo, el que me está dando, desgraciadamente, la razón. Un liberal social que no entiende que las pensiones son derechos y que deben protegerse como tales, no mera liberalidad, limosna o concesión graciosa de cuya entrega deba esperarse un voto o un agradecimiento. Los derechos no se agradecen, se exigen. Y las obligaciones no se frustran o venden, se cumplen. El estado del bienestar no es un sistema de concesiones graciosas del poder, sino de reconocimiento de derechos inalienables. Esto no queda claro en el discurso de Zapatero, que cuando incrementa la cuantía de las pensiones, a todas luces miserables en España, las presenta como mercancía cuantificable en votos, como concesión graciosa debida a su bondad, siendo por ello por lo que no duda en congelarlas, como ha hecho con los límites escandalosos para percibir determinadas pensiones no contributivas que sólo alcanzan a la miseria, ni siquiera al umbral de la pobreza. O reducir sueldos sin hacer lo propio con el despilfarro de un hombre amamantado en el aparato de un partido y acostumbrado al clientelismo. España es hoy más clientelar que antes, más pequeña, más cerrada, menos libre, más en manos de unos pocos, menos comprensiva, más radicalizada.

Y no me vengan con el discurso de siempre de que estos comentarios favorecen una hipotética victoria del PP. Que se espabilen en el PSOE y no nos responsabilicen a los demás de sus fracasos, ambiciones o incapacidad. Ese argumento ya no vale.