Si a alguien le quedaba alguna duda de que el Consell vive en una realidad distinta a la que padecemos día a día el resto de los ciudadanos de la Comunidad Valenciana creo que se le han abierto definitivamente los ojos -y yo me atrevería a decir que hasta la boca de puro pasmo- al enterarse de que nuestro Ejecutivo autonómico no ha tenido otra feliz idea que anunciar que se va el mes de octubre a Bruselas a celebrar allí un pleno con motivo de no sé qué cosa del Comité de Regiones. Si ya parece surrealista que, con la que está cayendo en la empresa privada, con recortes por aquí y por allá, con despidos y con ajustes, la máxima responsabilidad política de esta autonomía tire de chequera para irse de bolos a Europa, no hace falta que les diga nada de la cara de tontos que se les ha quedado a esos mismos sufridos empresarios que padecen en sus carnes, con riesgo cierto para la viabilidad de sus negocios, los impagos, los retrasos e incluso la falta de inversiones o de ayudas de la Generalitat Valenciana. Pero este hecho, además de servir para constatar que el gobierno de Camps, como dice mi crío pequeño cuando no le presto atención, vive en su parra, da fe de que en su huida hacia adelante para escapar de la realidad -de los Gürtel, de los Brugal, de los Fabra, de la quiebra en la que se encuentran las cuentas autonómicas, del agujero negro de las pérdidas de la radiotelevisión valenciana- le ha perdido totalmente el respeto a los mismísimos ciudadanos. No se puede entender de otra manera que el Consell llegue a alardear de la celebración del pleno en la capital de la Unión Europea y que incluso intente convencernos de la gran relevancia de este tema en estos momentos. Nos consideran, a la vista está y, para qué andarnos con más rodeos, directamente imbéciles. La cuestión es si lo somos o no.