La masiva manifestación del pasado 10 de julio en Barcelona, en respuesta a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut catalán, puede haber marcado un antes y un después en las relaciones políticas entre Cataluña y el conjunto de España. Observadores desapasionados coinciden en que fue tan o más numerosa que la manifestación de septiembre de 1977, cuando la ciudadanía catalana de una recién recuperada democracia clamaba por el regreso del presidente de la Generalitat en el exilio (Josep Tarradellas) y por la aprobación de un Estatut (el de 1979) que reconociera el autogobierno catalán.

Han pasado más de 30 años y muchas cosas han cambiadoÉ aunque el denominado problema catalán persiste. Con crecientes síntomas de distanciamento entre las partes. Por ello, conviene fijarse en tres datos (y en una sensación definitiva, al menos, en la opinión pública dominante en Cataluña).

En primer lugar, pese al contexto de crisis (veremos, de todas formas, como queda la Península cuando pase el temporal), España ya no es aquel Estado atrasado y desindustrializado que querían modernizar las élites catalanas (representadas por la Lliga Regionalista, a principios del siglo XX y por CiU, con la restauración democrática). Los distintos fondos procedentes de Europa, desde 1986 (aunque con data de caducidad: en 2013), contribuyeron decisivamente al proceso de apertura y modernización del país.

En segundo término, un mito que perduró en buena parte del siglo XX (aventado por los que quieren meter el miedo a los secesionistas) está en trance de desaparecer: España es el mercado de CataluñaÉ pero, cada vez, menos. La internacionalización de nuestra economía ha sido aprovechada en Cataluña para depender menos del mercado español (hasta el punto de que, por ejemplo, si en 1995 el 53% del comercio externo catalán dependía del resto de España, bajó al 36% en 2009).

Y tercero: pese a que la población catalana ha vivido con creciente desafección hacia sus políticos el trámite del Estatut (expresado en un abstencionismo cada vez mayor en los distintos comicios), los últimos 10 años (desde la mayoría absoluta de Aznar) también ha experimentado un disgusto palpable ante determinadas actitudes (recogida de firmas contra el Estatut, boicot a productos catalanes, retórica insultante desde medios episcopales, mundiales o llenos de razón), culminados con una sentencia del TC percibida como humillante. Ello provocó que la consigna de la manifestación fuera una única palabra: independencia (opción por primera vez mayoritaria en una encuesta encargada por el diario más leído, prudente y monárquico de Cataluña -poco separatista, por tanto).

De todas formas, dirán algunos, las expectativas electorales del único partido parlamentario que defiende la secesión (ERC) son a la baja. Es cierto. La paradoja está en que, por primera vez (según esa misma encuesta), dicha demanda ya no es monocultivo de una sola formación, sino que ha penetrado, transversalmente, en buena parte del mapa electoral (siendo, ahora, mayoritaria entre los votantes de ERC, CiU e ICÉ y creciendo entre los del PSC).

¿Qué puede pasar, a partir de ahora? La sensación, entre la clase político-mediática catalana es que la vía federalista, encarnada en el presunto intento de construir una España plural por parte de Zapatero, ha entrado en vía muerta (lo que podría llevar a que su máximo defensor en Cataluña, el PSC, recibiera un fuerte varapalo en las elecciones de noviembre). Y que la iniciativa, durante los próximos años, estará en manos de quienes defienden una desvinculación (rápida o lenta) entre Cataluña y España. El probable ganador de las elecciones catalanas, CiU, defiende en su programa que Cataluña debe acceder a un concierto económico similar al vasco o al navarro: es fácil suponer que las tendencias centrífugas se acelerarían ante una negativa de PSOE y/o PP.

PD. Es cierto que la victoria de la Roja fue muy celebrada al día siguiente en gran parte de Cataluña. Pero conviene no caer en espejismos: junto al factor de identificación-simpatía con los jugadores del Barça de la selección, en la ciudad de Barcelona, por ejemplo, la alegría era más acentuada en barrios con tradición obrerista y menos en las zonas de clase media. Y un dato visual: dos semanas después de la final, las banderas españolas que colgaron en algunos balcones, han desaparecido; las catalanas e independentistas, aún siguen ahí.

En cuanto a los que creen que buena parte de la población catalana no puede expresar sus verdaderos sentimientos y que el Estatut y las manifestaciones son cosas endogámicas de la clase político-periodista, será mejor que estén atentos a cuántos escaños sacan UPyD y Ciutadans en las próximas autonómicas. Si repiten los tres actuales (sobre 135), se darán con un canto en los dientes.