Es irremediable que cada vez que se acerca el mes de agosto me acuerde de un verano allá por 1979, con 16 años, uno menos que las "Sixteen candles" de la célebre balada de los Crests, en el que de manera improvisada me convertí en ayudante del ayudante del socorrista titular de una playa vizcaína dando paso así a uno de los meses más intensos de mi vida y eso que, como acabo de apuntar, no era mas que el ayudante del ayudante, vamos el que iba al chiringuito (cuando éstos estaban en medio de la arena sin ningún problema) a por el bocata de tortilla de patatas del jefe. Mi amigo Andoni "Mocoloco", uno de los surfers más valientes que he conocido jamás, similar al Jeff Johnson de la mejor época, vino una mañana para convencerme de que ese agosto nos íbamos a poner las botas. No se trataba de salvar a nadie, sólo de saber nadar muy bien y echar un vistazo a la orilla para avisar a los socorristas titulares de cualquier incidente, pero eso era lo de menos. El ser ayudante del ayudante nos proporcionaba, por ejemplo, una camiseta naranja con el "SOS" bien grande, un silbato para advertir al personal que no mira las banderas y, en teoría, infinidad de oportunidades de ligar que para eso estábamos en verano y habíamos aprobado.

No lo dudé y todavía hoy, treinta años después, disfruto recordando nuestros baciles con las quinceañeras -no tenían por qué saber que eramos los últimos de la fila-, que se acercaban al puesto de socorro (una instalación que nada tenía que envidiar a las que sale en la carátula de algún vinilo de los Beach Boys) a ponerse una tirita símplemente para estar cerca de los auténticos reyes de la playa.

¿Y por qué les cuento esta historia? Sencillamente, treinta años después uno va a la playa en coche, barriguita o barrigota, para qué ocultar lo evidente, colgando, crema con protección 50, silla playera por aquello de estar más cómodo... y se topa con todos estos adolescentes de vacaciones luciendo "bermudas" por las que en mi época hubiera dado mi brazo derecho y pasándolo en grande sin ningún tipo de problema. Sin hipoteca, sin recibos, sin contratiempos laborales y con los escasos pero suficientes euros para pasarlo tan bien como yo lo hice hace treinta años. Y pienso, disfrutad chicos que llegarán tiempos más complicados.