l pasado fin de semana cerró temporada No es un día cualquiera. Que no fue una temporada cualquieEra, puesto que en ella se rebasaron las mil ediciones. La tertulia, cómo no, estuvo dedicada al tema de las vacaciones. Y en ella el contertulio y colaborador habitual José María Íñigo, entre otras muchas afirmaciones de peso, pronunció una rotunda: "Nosotros estamos siempre de vacaciones". No era un plural mayestático.

No es que José María Íñigo no trabaje nunca, sino que desde hace mucho logró que el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio no tuviesen compartimentos estancos. Esto es, que las actividades que realiza a lo largo del día, sea en jornada festiva o laborable, en verano o en invierno, son siempre gratas, siempre vocacionales, siempre provocadoras de goce. El único matiz acerca de si éstas se desarrollan en el marco de un trabajo o en del tiempo del ocio estriba en que unas recibe un estipendio económico y en otras no. Y ni siquiera eso. El último programa de la temporada de No es un día cualquiera tuvo lugar en Astorga.

El día después, José María Íñigo se trasladó a El Escorial a participar en el curso de la Complutense Cinco décadas de música en España, dirigido por su amigo José Ramón Pardo. Por supuesto que ambas actividades estaban computadas como trabajo porque generaban ingresos, porque no se realizaban gratuitamente. Pero José María Íñigo convendrá conmigo que aun en el supuesto de que no fuesen remuneradas, es preferible una y mil veces esta forma de vida, este modo de pautar la agenda, al convencional.

Vamos, que los ingresos son una plusvalía, una cuota que se suma por añadidura al verdadero goce, que no es otro que no hacer distingos entre el tiempo de trabajo y el de ocio. Un lujo en los tiempos que corren. Una preciosa forma de confesar, como el poeta, que hemos vivido.