En los países que se autodefinen como ricos y desarrollados (no son muchos), en el mismo espacio y tiempo, viven, no conviven, dos sociedades simultáneamente (en los pobres y subdesarrollados también), espalda con espalda, sin verse las caras, dos sociedades que se desarrollan de manera paralela en el mismo escenario.

Varios voluntarios comprometidos con la creciente exclusión social conversan en una calle que está limpia, adornada graciosamente con una multitud de plantas todas floridas, son hermosas; su olor no puede ser percibido por la cantidad de vehículos que pasan incesantes dando la impresión de que quienes los conducen saben adonde y por qué. No dejan de pasar personas vestidas con elegancia que transportan bolsas bien diseñadas de empresas importantes. Diversos negocios lucen escaparates amorosamente ordenados ofreciendo tentadoras "Rebajas". Todo está bien. Se vive en un escenario, en un decorado cuidadosamente pintado. Que un millón de viviendas estén vacías y no pocas familias pierden sus viviendas, no pueden pagar el alquiler, o las hipotecas que "tan generosamente" los bancos les dieron en su momento. Es lo normal, no debería escandalizar, no es noticia. Las leyes del mercado, el derecho a las propiedades, son dos de los pilares en los que se apoya el sistema y más allá de éste sistema se supone que sólo existe la nada, una nada que da miedo. No hay mal que por bien no venga. Impera la idea que cuando cayó el Muro de Berlín la historia se acabó. Esta crisis está produciendo una nueva clase de excluidos. Son los llamados crónicos (todo tiene un nombre). No tienen posibilidad, casi ninguna, de acceder con euros en los bolsillos al decorado cuidadosamente pintado. Las estadísticas informan sobre los excluidos y sobre los nuevos excluidos, pero se suele desconfiar de las estadísticas y por otra parte las estadísticas no emocionan. El sufrimiento necesita una cara, un nombre. Tiene que ser noticia. En Francia los "sin papeles" ocuparon un edificio y salieron a la calle. Personas en paro fueron a una gran superficie llenaron los carros e intentaron irse sin pagar. Previamente informaron a las televisiones. Se puede seguir mirando para otro lado pero el telediario es el telediario.

La crisis actual, en un mundo rico y desarrollado, no justifica que una parte de la población viva por debajo de lo indispensable (techo, alimentos, medicamentos, educación). Un sistema que no puede garantizar el trabajo para todos, debería encontrar alguna solución. Es posible.

Si todas/todos pudieran trabajar -a ver si cuela-, el consumo aumentaría de manera significativa. Las administraciones no tendrían que dedicar parte de sus presupuestos a las prestaciones sociales. Los conflictos disminuirían, los domésticos y los sociales.

¿Que todo esto aceleraría el cambio climático? Nada es perfecto. Se sabe que si los dos mil millones de personas que hoy apenas comen pudieran comer de manera satisfactoria, sí, se produciría una hecatombe, pero se dispone de conocimientos para ordenar tanta felicidad. Si cuando se produce una guerra es espectacular los recursos que se ponen a su servicio ¿por qué no para este objetivo? Y hay más: la mortalidad de niños/niñas disminuiría y eso que tanta alegría reporta se puede convertir en un problema. La producción de alimentos debería multiplicarse.

La humanidad se enfrenta a un desafío que puede ser el último.

¥Firman también este artículo Diana Andreea Sumánaru (coordinadora de programas de la asociación AFAS) y Zohier Draïoui (coordinador de programas de inmigración).